FUENTE: www.intramed.net
El autor analiza las razones por las que
de un tiempo a esta parte se ha producido un descenso en el número de
autopsias practicadas.
Autor: Dr. Jorge Capell, Abogado Fuente: Diariomédico.com La autopsia: ¿derecho o deber?
El autor analiza las razones por las que
de un tiempo a esta parte se ha producido un descenso en el número de
autopsias practicadas y reclama un sistema legal más objetivo que el
actual para decidir cuándo se debe decidir la práctica de una autopsia
en un centro hospitalario.
Estudiando una reciente sentencia de un tribunal estadounidense me encontré con un dato sorprendente: actualmente en Estados Unidos sólo se practican autopsias en el 5 por ciento de los fallecimientos, frente al 40 por ciento de 1960. En España se ha producido un descenso similar en el número total de autopsias, manteniéndose tasas superiores al 10 por ciento únicamente en hospitales universitarios, por el mayor interés docente y científico.
Existen dos tipos de autopsias: la autopsia clínica, para casos de personas fallecidas a causa de una enfermedad, y la autopsia médico-forense, que se practica con el fin de informar a la autoridad judicial de las causas y circunstancias de una muerte violenta o sospechosa de criminalidad. Su denominador común es la gran cantidad de información útil que aportan. Aparte de determinar la causa de la muerte, las autopsias ayudan a detectar posibles errores en los diagnósticos, colaboran en el aseguramiento de la validez de fármacos y procedimientos terapéuticos, ofrecen datos sobre enfermedades nuevas o sobre nuevas variedades de las ya conocidas y constituyen una inmejorable herramienta para el ámbito docente, investigador y científico.
La decisión de efectuar las autopsias médico-forenses viene determinada por la Ley de Enjuiciamiento Criminal para todos los casos en que se dan las referidas circunstancias de violencia o sospecha de criminalidad. Por el contrario, las autopsias clínicas se encuentran en una situación de cierta indefinición, ya que las disposiciones legales que la regulan se limitan a establecer unas pautas orientativas, no obligatorias, que hacen que en la práctica la autopsia clínica se lleve a cabo casi exclusivamente a criterio del médico. Siendo tantas y tan importantes las ventajas que aporta practicar autopsias clínicas, lo razonable es pensar que los médicos las propusieran en la mayoría de los casos y que los familiares las aceptaran también de forma mayoritaria, pero la situación actual es justamente la contraria.
¿Cuáles son los motivos de esta aparente contradicción?
En los familiares prima el deseo de que se terminen cuanto antes los trámites burocráticos y se eviten incisiones innecesarias. Los médicos, por su parte, suelen apuntar en primer lugar que los métodos modernos de diagnosis son tan fiables que hacen innecesaria la realización de la autopsia, lo cual en parte es cierto, aunque también lo es que cada año aparecen nuevas enfermedades o nuevas variedades de las ya conocidas, a veces de difícil diagnóstico y control médico (neumonía asiática o gripe aviar, por citar sólo dos ejemplos recientes).
En segundo lugar, se están empezando a aplicar técnicas no invasivas, como las ecografías, que son más rápidas y baratas que las autopsias y, al no precisar de incisiones, resultan mejor aceptadas por los familiares. Su eficacia, sin embargo, es menor, ya que, al no efectuar un examen completo del paciente, resultan poco útiles para detectar casos de diagnóstico equivocado o casos en los que otras dolencias secundarias han quedado eclipsadas por la enfermedad principal. Hay también un motivo económico que explica en parte la reducción de autopsias; nuestra legislación establece que los estudios autópsicos deberán ser sufragados por los hospitales y que en ningún caso deben resultar gravosos para la familia del fallecido, por lo que en ocasiones se han podido ver afectados por medidas de austeridad presupuestaria.
Actualizar la legislación
Pero junto a estos motivos, existe uno que gana cada vez más peso en la decisión de los médicos y que, por razones obvias, éstos no suelen comentar con los familiares de los pacientes: el miedo a las demandas por negligencia profesional. Y en este punto surge inevitablemente una reflexión: ¿es lógico que la decisión sobre la práctica de la autopsia recaiga principalmente en el médico que ha dirigido el tratamiento? Haciendo un símil de fácil comprensión: cuando un edificio se derrumba ¿es el arquitecto que lo diseñó quien decide si debe hacerse una investigación sobre las causas de la caída? O cuando se produce un accidente de tráfico ¿es el conductor quien decide si se dan los signos externos que aconsejen que pase por el alcoholímetro?
A mi juicio, sería razonable una actualización de nuestra legislación sobre autopsias clínicas y tratar de buscar algún sistema más objetivo en la adopción de la decisión sobre la autopsia. Bastaría para ello, por ejemplo, con que fuera un servicio autónomo, dotado de independencia dentro del organigrama hospitalario, el que interviniese en todos los casos de fallecimientos en ese hospital y decidiese en cuáles resultaría conveniente la práctica de la autopsia. Tal vez no se conseguiría que aumentaran de nuevo las autopsias y los indiscutibles beneficios que su práctica comporta, pero desde luego se impediría transmitir la sensación de que ese mirar con los propios ojos que etimológicamente se encuentra en la raíz de la autopsia se puede convertir algunas veces en mirar hacia otro lado.
Estudiando una reciente sentencia de un tribunal estadounidense me encontré con un dato sorprendente: actualmente en Estados Unidos sólo se practican autopsias en el 5 por ciento de los fallecimientos, frente al 40 por ciento de 1960. En España se ha producido un descenso similar en el número total de autopsias, manteniéndose tasas superiores al 10 por ciento únicamente en hospitales universitarios, por el mayor interés docente y científico.
Existen dos tipos de autopsias: la autopsia clínica, para casos de personas fallecidas a causa de una enfermedad, y la autopsia médico-forense, que se practica con el fin de informar a la autoridad judicial de las causas y circunstancias de una muerte violenta o sospechosa de criminalidad. Su denominador común es la gran cantidad de información útil que aportan. Aparte de determinar la causa de la muerte, las autopsias ayudan a detectar posibles errores en los diagnósticos, colaboran en el aseguramiento de la validez de fármacos y procedimientos terapéuticos, ofrecen datos sobre enfermedades nuevas o sobre nuevas variedades de las ya conocidas y constituyen una inmejorable herramienta para el ámbito docente, investigador y científico.
La decisión de efectuar las autopsias médico-forenses viene determinada por la Ley de Enjuiciamiento Criminal para todos los casos en que se dan las referidas circunstancias de violencia o sospecha de criminalidad. Por el contrario, las autopsias clínicas se encuentran en una situación de cierta indefinición, ya que las disposiciones legales que la regulan se limitan a establecer unas pautas orientativas, no obligatorias, que hacen que en la práctica la autopsia clínica se lleve a cabo casi exclusivamente a criterio del médico. Siendo tantas y tan importantes las ventajas que aporta practicar autopsias clínicas, lo razonable es pensar que los médicos las propusieran en la mayoría de los casos y que los familiares las aceptaran también de forma mayoritaria, pero la situación actual es justamente la contraria.
¿Cuáles son los motivos de esta aparente contradicción?
En los familiares prima el deseo de que se terminen cuanto antes los trámites burocráticos y se eviten incisiones innecesarias. Los médicos, por su parte, suelen apuntar en primer lugar que los métodos modernos de diagnosis son tan fiables que hacen innecesaria la realización de la autopsia, lo cual en parte es cierto, aunque también lo es que cada año aparecen nuevas enfermedades o nuevas variedades de las ya conocidas, a veces de difícil diagnóstico y control médico (neumonía asiática o gripe aviar, por citar sólo dos ejemplos recientes).
En segundo lugar, se están empezando a aplicar técnicas no invasivas, como las ecografías, que son más rápidas y baratas que las autopsias y, al no precisar de incisiones, resultan mejor aceptadas por los familiares. Su eficacia, sin embargo, es menor, ya que, al no efectuar un examen completo del paciente, resultan poco útiles para detectar casos de diagnóstico equivocado o casos en los que otras dolencias secundarias han quedado eclipsadas por la enfermedad principal. Hay también un motivo económico que explica en parte la reducción de autopsias; nuestra legislación establece que los estudios autópsicos deberán ser sufragados por los hospitales y que en ningún caso deben resultar gravosos para la familia del fallecido, por lo que en ocasiones se han podido ver afectados por medidas de austeridad presupuestaria.
Actualizar la legislación
Pero junto a estos motivos, existe uno que gana cada vez más peso en la decisión de los médicos y que, por razones obvias, éstos no suelen comentar con los familiares de los pacientes: el miedo a las demandas por negligencia profesional. Y en este punto surge inevitablemente una reflexión: ¿es lógico que la decisión sobre la práctica de la autopsia recaiga principalmente en el médico que ha dirigido el tratamiento? Haciendo un símil de fácil comprensión: cuando un edificio se derrumba ¿es el arquitecto que lo diseñó quien decide si debe hacerse una investigación sobre las causas de la caída? O cuando se produce un accidente de tráfico ¿es el conductor quien decide si se dan los signos externos que aconsejen que pase por el alcoholímetro?
A mi juicio, sería razonable una actualización de nuestra legislación sobre autopsias clínicas y tratar de buscar algún sistema más objetivo en la adopción de la decisión sobre la autopsia. Bastaría para ello, por ejemplo, con que fuera un servicio autónomo, dotado de independencia dentro del organigrama hospitalario, el que interviniese en todos los casos de fallecimientos en ese hospital y decidiese en cuáles resultaría conveniente la práctica de la autopsia. Tal vez no se conseguiría que aumentaran de nuevo las autopsias y los indiscutibles beneficios que su práctica comporta, pero desde luego se impediría transmitir la sensación de que ese mirar con los propios ojos que etimológicamente se encuentra en la raíz de la autopsia se puede convertir algunas veces en mirar hacia otro lado.
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