Noticia publicada en INTRAMED
Por Lucas Morando
Confesion “Las guardias de los hospitales del sur de la Ciudad son un
descontrol”, confirman desde el ministerio de Salud porteño.
La guardia de un hospital es como un puente entre la vida y la muerte,
un hall donde se salva o se deja ir. Y lo es aun más en el Piñero, uno
de los hospitales que más pacientes recibe en estado crítico de toda la
Ciudad. Heridos de bala, de arma blanca, víctimas de tiroteos,
adolescentes pasados de paco y todo tipo de personas con problemas
derivados de la marginalidad de las villas de la zona (1.11.14,
Soldati, Villa Fátima o el Barrio Rivadavia)
Es también muy duro para los médicos: “Acá te viven cagando a
trompadas, llegan muchos pasados de falopa”, refleja un joven residente
que hace casi un año fue protagonista de una historia que lo marcó para
siempre: llegó una chica de 17 con un tiro mortal en el abdomen, tras
quedar atrapada en un tiroteo en el bajo Flores. Murió en el quirófano,
frente a los ojos de su marido de la misma edad y con un bebé en
brazos. Pero a los pocos metros, el mismo equipo logró salvar al ladrón
que había desencadenado el tiroteo, también frente a los ojos del
marido.
“Hay veces que me quedo llorando en el baño para que no me vean, hay
que ser duro cuando ves morir a un padre frente a sus hijos”, conmueve
Rodolfo Pérez Galván, jefe de la guardia del Piñero, sentado en su
oficina un jueves casi de madrugada, mientras charla con PERFIL y
recuerda lo difícil que es curar bajo ciertas exigencias: “Me tenés que
salvar, guacho, porque te voy a matar”, le dijo alguna vez un narco,
que llegó con varias heridas de bala.
Es medianoche y las últimas sonrisas que se roba el show de Tinelli en
la TV de la gélida guardia se interrumpen cuando una mujer entra a los
gritos: “Un médico por favor, se muere mi hermana”. Pérez Galván se
acerca con el andar cansino de dos décadas de experiencia, la deriva y
al rato la mujer estaba estabilizada en una camilla: sin espuma en la
boca, sin los ojos fuera de órbita y acompañada de su familia, ahora en
reposo. “Aprendemos a tomar decisiones rápido y trabajar con frialdad,
porque acá es al revés de la vida, si te ponés nervioso el que pierde
es el paciente”, enseña. Además, por estar en contacto con zonas muy
carenciadas, con preocupaciones más elementales que la salud, las
enfermedades que llegan a la guardia son más difíciles de tratar.
Los casos de tuberculosis, una patología que suele golpear en zonas más
pobres y que se consideraba casi sin brotes desde hace décadas, es
moneda corriente en el Piñero. No es la única: “El Epoc (el mal que
sufrió Sandro) en cualquier otro barrio de la Ciudad por lo general no
mata, pero por la pobreza, acá, sí”, refleja el director de la guardia
de los jueves, que articula el trabajo de 51 profesionales y técnicos
que atienden a unas 500 personas cada 24 horas.
Allí llegan vecinos con enfermedades pulmonares, diabetes, VIH y por lo
general todo tipo de patologías mal combatidas. Para los médicos es
habitual tratar con casos de heridas mal curadas que, la por falta de
conciencia en el paciente, terminan en amputaciones de miembros. “Es
difícil que eso lo veas en Barrio Norte”, analiza Pérez Galván.
Son las 2 de la madrugada y una señora de unos 90 años espera ser
atendida en una silla de ruedas en un pasillo desde las 9 de la mañana,
en una perfecta metáfora del abandono. Se cayó de la cama, se lastimó y
parece estar tan al margen de todo que sorprende. Tiene pañales, una
mantita de lana y la cara toda morada del golpe desde que amaneció.
Recién a la madrugada, le consiguen una cama para que descanse hasta el
otro día, cuando las ambulancias del PAMI vuelvan a estar disponibles y
la abuela, después del periplo sanitario, podrá volver a casa.
Refugio para pobres
Entre tres y ocho personas –fluctúa con la noche– viven y duermen en la
guardia del Piñero. Los médicos notan un incremento en el último año,
como el caso de Graciela Robledo, que le contó a PERFIL que desde hace
12 meses vive allí, luego de pelearse con su marido y quedarse sin
casa. “Acá tengo baño y las verdulerías y panaderías de la zona me dan
comida, no tengo otro lugar donde ir”, reconoce, conmovida, y afirma
que el Gobierno de la Ciudad nunca le consiguió un techo mejor.
Consultado al respecto, Oscar Pérez, director sanitario del ministerio
de Salud explicó que: “No podemos impedir que la gente se quede a
dormir y menos un día de frío, pero los que están viviendo ahí es
porque quieren y no porque el Gobierno no les haya ofrecido un lugar en
los albergues”. Desde el ministerio de Desarrollo Social porteño,
ensayaron una respuesta similar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario