En este artículo se asume la familiaridad con los términos
anticuerpo, antígeno, inmunidad y
patógeno. Consulte las definiciones en el
Glosario.
Una persona puede quedar inmune a una enfermedad específica de diversas maneras; para algunas enfermedades, como el sarampión y la varicela, tener la enfermedad, por lo general, conduce a una inmunidad de por vida; la vacunación es otra manera de quedar inmune a una enfermedad. Estas dos formas de inmunización, por enfermedad o vacunación, son ejemplos de
inmunidad activa, que surge cuando el sistema inmunológico de una persona funciona para producir anticuerpos y activar otras células inmunológicas para ciertos patógenos. Si la persona se encuentra nuevamente con ese patógeno, las células inmunológicas a largo plazo específicas estarán preparadas para combatirlo.
Un tipo de inmunidad diferente, llamada
inmunidad pasiva, surge cuando una persona recibe los anticuerpos de alguien más; cuando estos se introducen al cuerpo de la persona, los anticuerpos “prestados” ayudan a prevenir o combatir ciertas enfermedades infecciosas. La protección que ofrece la inmunidad pasiva es a corto plazo, y por lo general dura unas cuantas semanas o meses, pero brinda protección de inmediato.
Inmunidad pasiva: Natural vs. Artificial
Natural: Los bebés se benefician de la inmunidad pasiva a través de la madre, quien transmite anticuerpos y glóbulos blancos para combatir a los patógenos que atraviesan la placenta para llegar a los bebés en desarrollo, lo cual sucede en especial durante el tercer trimestre. Una sustancia llamada calostro, que recibe el bebé mientras lo amamantan en los primeros días de nacido, y antes de que la madre comience a producir leche materna “de verdad”, es rica en anticuerpos y suministra protección para el bebé. La leche materna, aunque no tiene tantos componentes protectores como el calostro, también contiene anticuerpos que pasan al bebé durante la lactancia. Sin embargo, la protección que suministra la madre es a corto plazo. Durante los primeros meses de vida se reducen los niveles de anticuerpos maternos en el bebé, y la protección se desvanece aproximadamente a los seis meses de edad.
Artificial: La inmunidad pasiva se puede inducir artificialmente cuando se aplican anticuerpos, como un medicamento, a una persona no inmune. Estos anticuerpos pueden provenir de productos sanguíneos acumulados y purificados de personas o animales inmunes, como los caballos. De hecho, las primeras preparaciones que contenían anticuerpos, utilizadas contra enfermedades infecciosas, provenían de caballos, ovejas y conejos.
Historia de la inmunización pasiva
A finales del siglo XIX, se usaron por primera vez los anticuerpos para tratar enfermedades, mientras surgía el campo de la bacteriología. La primera historia exitosa se relaciona con la difteria, una enfermedad peligrosa que obstruye la garganta y las vías respiratorias.
En 1890, Shibasaburo Kitasato (1852-1931) y Emil von Behring (1854-1917) vacunaron conejillos de indias contra la difteria, a través de productos sanguíneos tratados con calor, provenientes de animales que se habían recuperado de la enfermedad. Las preparaciones contenían anticuerpos para la toxina de la difteria, y protegían a los conejillos de indias si, poco tiempo después, quedaban expuestos a dosis letales de bacterias de difteria y su toxina correspondiente. Posteriormente, los científicos demostraron que podían curar la difteria en un animal si le inyectaban los productos sanguíneos de un animal inmunizado.
Los investigadores pronto hicieron pruebas en humanos, y pudieron demostrar que los productos sanguíneos de animales inmunizados podían tratar la difteria humana. La sustancia derivada de la sangre que contenía anticuerpos se llamó antitoxina de la difteria, y los comités públicos de salud y las empresas comerciales comenzaron a producirla y distribuirla a partir de 1895. Posteriormente, Kitasato, von Behring y otros científicos enfocaron su atención al tratamiento del tétanos, la viruela y la peste bubónica con productos sanguíneos que contenían anticuerpos.