viernes, 2 de julio de 2010

ZONA DE RIESGO

Noticia publicada en INTRAMED

Por Lucas Morando

Confesion “Las guardias de los hospitales del sur de la Ciudad son un descontrol”, confirman desde el ministerio de Salud porteño.

La guardia de un hospital es como un puente entre la vida y la muerte, un hall donde se salva o se deja ir. Y lo es aun más en el Piñero, uno de los hospitales que más pacientes recibe en estado crítico de toda la Ciudad. Heridos de bala, de arma blanca, víctimas de tiroteos, adolescentes pasados de paco y todo tipo de personas con problemas derivados de la marginalidad de las villas de la zona (1.11.14, Soldati, Villa Fátima o el Barrio Rivadavia)

Es también muy duro para los médicos: “Acá te viven cagando a trompadas, llegan muchos pasados de falopa”, refleja un joven residente que hace casi un año fue protagonista de una historia que lo marcó para siempre: llegó una chica de 17 con un tiro mortal en el abdomen, tras quedar atrapada en un tiroteo en el bajo Flores. Murió en el quirófano, frente a los ojos de su marido de la misma edad y con un bebé en brazos. Pero a los pocos metros, el mismo equipo logró salvar al ladrón que había desencadenado el tiroteo, también frente a los ojos del marido.

“Hay veces que me quedo llorando en el baño para que no me vean, hay que ser duro cuando ves morir a un padre frente a sus hijos”, conmueve Rodolfo Pérez Galván, jefe de la guardia del Piñero, sentado en su oficina un jueves casi de madrugada, mientras charla con PERFIL y recuerda lo difícil que es curar bajo ciertas exigencias: “Me tenés que salvar, guacho, porque te voy a matar”, le dijo alguna vez un narco, que llegó con varias heridas de bala.

Es medianoche y las últimas sonrisas que se roba el show de Tinelli en la TV de la gélida guardia se interrumpen cuando una mujer entra a los gritos: “Un médico por favor, se muere mi hermana”. Pérez Galván se acerca con el andar cansino de dos décadas de experiencia, la deriva y al rato la mujer estaba estabilizada en una camilla: sin espuma en la boca, sin los ojos fuera de órbita y acompañada de su familia, ahora en reposo. “Aprendemos a tomar decisiones rápido y trabajar con frialdad, porque acá es al revés de la vida, si te ponés nervioso el que pierde es el paciente”, enseña. Además, por estar en contacto con zonas muy carenciadas, con preocupaciones más elementales que la salud, las enfermedades que llegan a la guardia son más difíciles de tratar.

Los casos de tuberculosis, una patología que suele golpear en zonas más pobres y que se consideraba casi sin brotes desde hace décadas, es moneda corriente en el Piñero. No es la única: “El Epoc (el mal que sufrió Sandro) en cualquier otro barrio de la Ciudad por lo general no mata, pero por la pobreza, acá, sí”, refleja el director de la guardia de los jueves, que articula el trabajo de 51 profesionales y técnicos que atienden a unas 500 personas cada 24 horas.

Allí llegan vecinos con enfermedades pulmonares, diabetes, VIH y por lo general todo tipo de patologías mal combatidas. Para los médicos es habitual tratar con casos de heridas mal curadas que, la por falta de conciencia en el paciente, terminan en amputaciones de miembros. “Es difícil que eso lo veas en Barrio Norte”, analiza Pérez Galván.

Son las 2 de la madrugada y una señora de unos 90 años espera ser atendida en una silla de ruedas en un pasillo desde las 9 de la mañana, en una perfecta metáfora del abandono. Se cayó de la cama, se lastimó y parece estar tan al margen de todo que sorprende. Tiene pañales, una mantita de lana y la cara toda morada del golpe desde que amaneció. Recién a la madrugada, le consiguen una cama para que descanse hasta el otro día, cuando las ambulancias del PAMI vuelvan a estar disponibles y la abuela, después del periplo sanitario, podrá volver a casa.

Refugio para pobres

Entre tres y ocho personas –fluctúa con la noche– viven y duermen en la guardia del Piñero. Los médicos notan un incremento en el último año, como el caso de Graciela Robledo, que le contó a PERFIL que desde hace 12 meses vive allí, luego de pelearse con su marido y quedarse sin casa. “Acá tengo baño y las verdulerías y panaderías de la zona me dan comida, no tengo otro lugar donde ir”, reconoce, conmovida, y afirma que el Gobierno de la Ciudad nunca le consiguió un techo mejor.

Consultado al respecto, Oscar Pérez, director sanitario del ministerio de Salud explicó que: “No podemos impedir que la gente se quede a dormir y menos un día de frío, pero los que están viviendo ahí es porque quieren y no porque el Gobierno no les haya ofrecido un lugar en los albergues”. Desde el ministerio de Desarrollo Social porteño, ensayaron una respuesta similar.

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