Fuente: bioetica & debat
Germán Méndez Sardina
Máster en Biomedicina, Biotecnología y Derecho
Experto en Bioderecho
Diplomado en Bioética
RESUMEN: Un nuevo y revolucionario avance biotecnológico nos vuelve a rememorar los mismos miedos e incertidumbres que ocasionó el descubrimiento en 2010 de la llamada “célula artificial”. Regular jurídicamente estas nuevas situaciones supone un reto inabarcable dada las potencialidades surgidas. Ello implica que el Derecho vaya por detrás de la Ciencia, puesto que no se puede regular lo que no se conoce. Es aquí donde tiene que aparecer la ética, la bioética, estableciendo las pautas y el cauce en el que deba moverse el desarrollo científico en beneficio de la humanidad, lo que implica necesariamente un conocimiento íntimo de los avances biotecnológicos.
Un nuevo avance en genética. Un equipo de investigadores liderados por Jef Boeke, director del NYU Langone Medical Center de Estados Unidos, ha conseguido sintetizar un cromosoma eucariota, es decir, un cromosoma completo y funcional de un organismo superior, en este caso la levadura. Armar un genoma eucariota –más complejo y con el ADN dentro del núcleo–, como el de la levadura, no se había conseguido nunca, lo que significa que se ha creado una versión modificada de una secuencia de cromosoma natural, lo que en definitiva viene a ser una versión sintética de la original.
Este nuevo y trascendental avance nos devuelve a una discusión nunca resuelta, ya que, rápidamente, rememoramos lo que, tan recientemente, en el año 2010, fue el pretendido y discutido descubrimiento de la llamada “célula artificial”. Y los temores de entonces se repiten hoy en día. Recordemos que “precaución” fue la palabra que más se repitió después de que el equipo científico del estadounidense Craig Venter lograra crear la primera célula artificial a partir de un genoma sintetizado artificialmente.
El miedo a un mal uso sobre el descubrimiento provocó que fuera el propio Venter el que pidió como “inventor y responsable” que se hiciera "todo lo posible para prevenir cualquier tipo de abuso". No obstante, y pese a ello, fueron numerosas las voces que le han acusaron de jugar a ser Dios y han señalado los peligros que podría acarrear este descubrimiento. Por ello, el afamado bioquímico mostró su rechazo a cualquier tipo de especulación y ha remarcado que los únicos fines de esa investigación en la que se invertieron cerca de 15 años y 40 millones de euros son de carácter médico y científico, pudiendo permitir la creación de nuevas vacunas, proteínas o biocombustibles. Pero, ¿cómo controlar estas situaciones?(1)
Como dijo a este respecto el Comité de Bioética de España:
“Algunas personas se alarmaron cuando los medios de comunicación anunciaron un sensacional acontecimiento: que un célebre investigador norteamericano (Craig Venter), después de años de intenso y costoso trabajo, fabricase una célula, o sea, crease vida artificial. El modo en que este hallazgo fue presentado por los medios de comunicación contribuyó a difundir opiniones situadas en el filo entre lo maravilloso y lo temible: fantástico, notable hecho que nos permite entrever la creación de células útiles, productoras de moléculas para medicinas o incluso combustibles. ¿Mas no habrá riesgo de desviarse de tales actividades para fabricar células o incluso seres pluricelulares agresivos, capaces de perjudicar, de causar daño y hasta la muerte a los humanos? ¿No acabará el científico sobrepasando sus propios límites y pasar a jugar a Dios (playing God)?”(2)
Este comentario no ha sido gratuito, ni en exceso alarmista. Precisamente en una entrevista del año 2008, el premio Nobel de Medicina de 1978, Hamilton Smith, Director Científico de Biología Sintética en el “Craig Venter Institute”, manifestaba a la pregunta “a la gente siempre le asusta que la clonación o la ingeniería genética se descontrole o desemboque en errores… ¿existe la posibilidad de que todo este tema se nos escape de las manos?”, lo siguiente: “Jamás diría que algo es imposible. En los últimos 50 años, mi campo científico ha progresado mucho más rápidamente de lo que jamás habría podido suponer. ¡La ciencia cada vez avanza más rápido! Es difícil saber qué nos deparará el futuro…”
Esta evidente incertidumbre sobre el futuro en estos campos de investigación se ve refrendado además por otros comentarios en dicha entrevista pues señala que “la técnica sintética que utilizamos ahora nos brinda una dimensión adicional, porque se pueden generar secuencias genéticas que no existen en la naturaleza”, “vamos a crear el tipo de vida que queramos, vamos a poder diseñar la vida… es algo importante que no había ocurrido en más de 3000 millones de años” (3).
Más recientemente, en otra entrevista, dicho premio Nobel, a la pregunta de qué valoración hace del progreso realizado después de 13 años desde que lograran secuenciar el genoma humano, señala “[…] Creo que mucha gente se preguntaba porqué lo hacíamos. Y había varias razones. Una es que teníamos la tecnología para hacerlo. […](4)”
Resulta difícil ante estas palabras no recordar aquéllas otras de la escritora Mary Shelley en su obra “Frankestein o el Moderno Prometeo”, que data, nada menos, de 1818, en boca de uno de sus personajes, Victor Frankestein:
“Quien no haya experimentado la seducción que la ciencia ejerce sobre una persona, jamás comprenderá su tiranía”
Este es un mero ejemplo de lo que acontece en la actualidad con una velocidad desconcertante. Diariamente observamos en los medios de comunicación los incontables avances científicos difícilmente comprensibles para personas ajenas a ese conocimiento pero que sin embargo son puestos a disposición de una opinión pública que desconoce realmente de qué se habla y la trascendencia de dichos descubrimientos o innovaciones, provocando en consecuencia sentimientos encontrados de esperanza, alarma y miedo. Y esto es así porque “el hombre por naturaleza desea saber”.
Esta última afirmación, de Aristóteles, mantiene plena su vigencia y expresa esencialmente el desencuentro actual y “la necesidad de encontrar un punto de convergencia entre el conocimiento tecnocientífico y los principios éticos que deben regular su aplicación. En nuestro siglo XXI esta finalidad cognoscitiva ligada al deseo de dominio nos instala definitivamente en la esfera de la voluntad más que del intelecto. Por lo tanto, aparece como necesidad ineludible la búsqueda de un bien moral. Frente al imperativo tecnológico de hacer todo lo que es posible, anteponer el imperativo ético de hacer lo que se debe(5)”. Encauzar la conducta humana hacia el equilibrio entre el esencial deseo de avanzar en el conocimiento de la realidad natural y social y la toma de conciencia de los peligros que este progreso conlleva para la propia supervivencia como seres humanos.
Es esclarecedor, por otra parte, porque refleja el estado de la ciencia e investigación en aquél momento, que en una conferencia pronunciada por MAX WEBER en la Universidad de Munich, en enero de 1919, titulada “La Ciencia como profesión”, en la que se centra en el problema de la relación entre la ciencia y los valores o creencias de los hombres, expresara:
“Después de la destructora crítica de Nietzsche a aquel “último hombre” que “ha encontrado la felicidad”, puedo muy bien dejar a un lado el que se haya celebrado, con ingenuo optimismo, a la ciencia como el camino para la felicidad, es decir, a la técnica de dominar la vida basada en la ciencia. ¿Quién cree en eso, excepto algunos niños grandes en las cátedras y en las salas de redacción de los periódicos?(6)”
Resulta evidente que poco tiene que ver la Ciencia coetánea a las señaladas palabras de Weber con la actualidad. Se ha abierto una brecha que impide cualquier paso atrás. Los sociólogos modernos concluyen que vivimos en la sociedad de la incertidumbre (7), del cambio y del exceso, y esas características también se reflejan, como decimos, en las actitudes de los ciudadanos con respecto a las nuevas tecnologías y en especial con las referidas a la biotecnología, especialmente las que alteran el genoma humano.
“Hay cierta polémica y cierto miedo contenido a la modificación genética de microorganismos y a los grandes sueños de la ingeniería sintética de organismos vivos, al bioterrorismo y a la guerra biológica, a la militarización de algunos espacios científicos y a la intrusión gubernamental, al secretismo y a la falta de respeto por el secreto profesional… y miedo asimismo al miedo (por ejemplo, a desperdiciar el potencial que para la sociedad pueden tener muchas biotecnologías) (8).”
La biología sintética – que nos ha servido como introducción para éste tema - tiene como objetivo diseñar y construir organismos que podrían beneficiar a los seres humanos de diversas maneras, tales como la producción de biocombustibles de bajo costo y el desarrollo de nuevos tipos de medicamentos. Pero esta nueva forma de biotecnología también plantea cuestiones éticas, la principal de las cuales es ¿Hay que "crear vida" ante todo, en primer lugar (9)?
"La biología sintética parece implicar la búsqueda de un grado de control sobre los mecanismos básicos de la vida que los seres humanos nunca han alcanzado antes, es deseable ésta búsqueda ¿Es preocupante? (10)"
Precisamente, y coincidiendo con la aplicación en masa de las técnicas biomédicas de reproducción humana a mediados de los años ochenta, el mundo del Derecho empezó a movilizarse para regular estas nuevas tecnologías. Las legislaciones que se realizaron en estos años, respondieron al principio de salvaguarda de los Derechos Fundamentales del ser humano, que en ese momento la doctrina jurídica mayoritaria identificaba desde una perspectiva individualista con derechos socio-económicos individuales, los denominados Derechos Humanos de 2ª Generación, y que encumbraron el principio de autodeterminación.
Ese momento coincide claramente con el principio de los grandes avances médicos, que desde aquéllas fechas ha devenido imparable. A este respecto BERNARD nos habla de la doble revolución acaecida en pocos años. Por un lado la revolución terapéutica con la aparición primero de los sulfamidas y luego de los antibióticos, y por otro la revolución biológica con el descubrimiento del código genético y de las leyes simples que rigen la vida: “Estas dos revoluciones han transformado el destino de los hombres, pero han planteado nuevas cuestiones morales que ignoraban nuestros antecesores” (11).
“La primera, la revolución terapéutica, que comienza hacia el año 1937 con las sulfamidas y que permitió al hombre triunfar sobre enfermedades hasta entonces incurables como la tuberculosis, la sífilis, las grandes septicemias, y los grandes desórdenes químicos del humor. La segunda comienza 20 años más tarde, con una fuerte dirección cognitiva. Mientras la primera era empírica, esta última se presenta como racional, metodológicamente rigurosa, y es la que ha permitido el desarrollo de la biología molecular y los descubrimientos genéticos. La actual “Investigación biomédica” se dirige al conocimiento no sólo del hombre enfermo en una búsqueda del beneficio directo para su salud, sino también al hombre sano ya sea en un ambiente ordinario, artificial o extremo”(12).
En este nuevo entorno, en los años noventa del siglo XX, la evolución en el pensamiento político-constitucional desarrolló los Derechos Humanos de las futuras generaciones (Derechos Humanos de 3ª Generación), que rompieron cierto individualismo precedente con la entrada en consideración de nuevos objetivos fundamentales como el ecologismo, el respeto a la naturaleza y a sus recursos, etc (13). Jurídicamente se va a demandar la aplicación del llamado Principio de responsabilidad en la utilización de las nuevas tecnologías, así como el Principio de precaución, que justifican la existencia de una legislación que propugna un equilibrio en los derechos e intereses de las prácticas científicas. Este giro en la doctrina de los derechos fundamentales tuvo sus consecuencias prácticas. España no ha sido ajena a las mismas, y nuevamente salen a la palestra con ocasión de importantes reformas legislativas. Nos movemos, por tanto, en una materia donde se mezclan distintas disciplinas, pues es evidente que sus consecuencias no son simple Biología o Ciencia.
Los increíbles avances científicos que hemos mencionado – y han sido sólo un ejemplo – no puede hacernos olvidar que la biotecnología hunde sus raíces en la historia, pues desde muy antiguo el hombre modificó la naturaleza en su beneficio. La alteración del hecho natural en beneficio del hombre sigue siendo la misma razón que en su día hicieron que las fermentaciones crearan pan, vino o cerveza, y que hoy en día se haya llegado a lo hasta hace poco inimaginable como es la modificación genética con las increíbles perspectivas que se abren.
Son muchas las definiciones que se han dado de biotecnología. Académicamente puede definirse como el uso y la manipulación de organismos vivos, o de substancias obtenidas de éstos, con objeto de obtener productos útiles para el ser humano (14). Resaltemos rápidamente en este punto esta finalidad inmediata cual es ser útiles para el ser humano, característica ésta que determina claramente el objeto para la que nació, y cuya pérdida puede establecer de inmediato la ética de su existencia.
También ha sido definida como un conjunto de tecnologías de la vida, basadas en el conocimiento, de carácter horizontal, que inciden en todos los sectores económicos, y sus aplicaciones plantean en numerosas ocasiones problemas éticos y sociales. En virtud de estas características, parece más lógico hablar de biotecnologías en plural, práctica que, sin dejar de encontrar resistencia para su puesta en acción, va ganando predicamento. De hecho, ya se ha introducido una división cromática de las biotecnologías con propósitos divulgativos y publicitarios. Hoy ya se habla de «biotecnología verde» para la biotecnología agrícola, de «biotecnología roja» para las aplicaciones relacionadas con la salud humana y animal y de «biotecnología blanca» para referirse a los usos de la biotecnología en el desarrollo de procesos industriales.
Otra división de las biotecnologías tiene un carácter funcional y temporal, y de este modo se distingue la «biotecnología moderna», que se basa en la utilización de la ingeniería genética, la genómica, la proteómica y la transferencia nuclear, y de la «biotecnología antigua», cuyos soportes técnicos son la bioquímica, la microbiología y la fermentación. Los nuevos avances en las técnicas de clonación, de reprogramación nuclear, en la identificación del potencial de las células madre, embrionarias o adultas para acometer terapias regenerativas, así como el creciente reconocimiento del papel que la nanotecnología tiene en la más eficaz distribución de los medicamentos, han llevado a la conveniencia de considerar un tercer tipo o clase de biotecnología, la biotecnología actual o contemporánea. Las primeras dos biotecnologías han contribuido decisivamente al desarrollo económico y con importantes repercusiones sociales y políticas. Sin embargo, la ausencia de indicadores económicos en las bases estadísticas tradicionales hace muy difícil la valoración cuantitativa de su impacto económico y, en cierto modo, su impacto social. La tercera clase está en pleno proceso de experimentación y desarrollo y sus efectos, aunque se aventuran impresionantes, están aún por determinar (15).
Finalmente podemos señalar la definición que establece la OCDE “Biotecnología significa la aplicación de principios científicos y de ingeniería para el proceso de materiales a través de agentes biológicos para obtener bienes y servicios. Estos procesos cubren una amplia variedad de disciplinas pero se basa principalmente en microbiología, bioquímica, genética e ingeniería genética”.
Hechas estas necesarias matizaciones conceptuales, en definitiva, a este respecto, podemos convenir que existe cierto consenso dogmático sobre la naturaleza bipolar de la Biotecnología. Se habla así, por un lado, de la “Biotecnología tradicional”, es decir, del ancestral conjunto de técnicas humanas de manipulación (empírica) de los organismos y microorganismos vivos para la obtención del vino, la cerveza, el pan, etc; y por otro, de la “moderna Biotecnología”, ese nuevo paradigma del conocimiento que, desde mediados del siglo XX, y gracias a la posibilidad de irrupción consciente y deliberada en el material genético de los seres vivos, está erosionando, no sólo las bases científicas convergentes de las ciencias de la vida, sino, y más preocupantemente, muchos de los valores y convicciones –individuales y sociales– de nuestro mundo. En ambos casos hay manipulación de la vida. La “moderna biotecnología”, la tecnología del ADN recombinante (ácido desoxirribonucleico), es una tecnología directa, consciente, voluntaria, una nueva forma de aprovechamiento dirigido de los recursos vivos. Se trata de una tecnología compleja, ambivalente, horizontal –ya que sus objetivos de desarrollo abarcan todos los sectores tradicionales en que se divide la actividad económica– y polivalente en sus aplicaciones (16).
No cabe duda que el avance imparable de la biotecnología establece las nuevas fronteras de la bioética, en sus perspectivas actuales, futuras o previsiblemente futuribles, y que vienen marcadas principalmente por las manipulaciones genéticas, las intervenciones sobre el embrión, y la fecundación asistida. Todas éstas cuestiones plantean por una parte la proyección del hombre hacia el futuro, pero también “el pavoroso peligro de un uso «contra» el hombre y, por tanto, la cada vez más apremiante necesidad de regulación jurídica de la materia”. Es por ello que “tratándose de cuestiones tan vitales, compete a la bioética y al jurista no sólo «racionalizar el presente», sino también «programar el futuro», en cuanto que el vertiginoso progreso de las técnicas biomédicas tiende crecientemente a transformar lo «futurible» en «futuro» y lo «futuro» en «presente»”(17).
El ser humano se encuentra, por tanto, en la actualidad ante un nuevo escenario inesperado, ciertamente, configurado por los avances científico-técnicos que, ineludiblemente, le colocan en una situación controvertida. Las nuevas tecnologías aplicadas al campo científico, han dado origen a una serie de avances insospechados años atrás, que obligan al ser humano, insoslayablemente, a llevar a cabo una revisión en profundidad de su nueva situación. Como nos dice Feito “el espectacular avance de las técnicas biológicas y médicas ha desencadenado un cambio sin precedentes en el que se hacen precisos nuevos modelos de afrontar las conflictivas situaciones en las que el ser humano se inscribe” (18).
Ello es innegable por cuanto el principal objetivo de la Biotecnología es la manipulación de la vida, y hay que ser conscientes de lo peligroso de esta afirmación. En definitiva hablamos de transformar la naturaleza, y aunque se haga en nombre de ella no podemos estar seguros de que sea siempre en beneficio de la Humanidad.
Vivimos en una época en la que se está produciendo un importante giro en el paradigma de la relación entre la ética y la investigación científica. El desfase temporal entre los descubrimientos científicos y la reflexión ética paralela se va desvaneciendo de forma progresiva; incluso podría decirse que la ética encontró su propio ritmo. Lo que se designa actualmente como bioética de las situaciones emergentes (clonación, obtención y uso de células troncales, nanotecnología, biología sintética...) ha contribuido de forma decisiva a este cambio. Hoy en día la ciencia prosigue su evolución y la bioética sus reflexiones; reflexiones sobre las posibilidades, evaluando los riesgos y avanzando propuestas que, sin ser científicas, imprimen matices importantes al ritmo del desarrollo científico. Se puede postular que es en nuestra época cuando se materializa el nuevo paradigma sobre esta cuestión; progresivamente la ética se ha ido aproximando a la ciencia; y hoy la reflexión ética aparece, no ya como un anexo, sino como un capítulo importante de cualquier investigación científica (19).
Se puede hablar por tanto de la aparición de un nuevo paradigma científico, de una verdadera revolución de los conocimientos. Es por eso que uno de los últimos y principales retos del Derecho de nuestros días es hacer frente a este nuevo conjunto de conocimientos, cuya ambivalencia, aún precario conocimiento y potencialidades casi inabarcables lo han hecho merecedor de una atención, a nivel universal y en todos los campos, sin precedentes (20).
“El proceso de estimación de la contribución económica de cualquier sector o actividad concreta a los agregados macroeconómicos de un determinado país es siempre una labor compleja, ya que dichos efectos trascienden de la simple aportación directa que realiza cada uno de los agentes integrados en dicho sector. Estas dificultades se multiplican cuando se trata, como en el caso de la biotecnología, de una actividad que presenta múltiples implicaciones tanto sociales como económicas, se encuentra en pleno proceso de expansión y afecta a un amplio espectro de empresas pertenecientes a diversos sectores productivos. […] El Science and Tecnology Foresight Pilot Project de Canadá, al valorar los impactos potenciales en la sociedad y a largo plazo (10-25 años) de los avances científicos y tecnológicos, asigna un papel estratégico a la «biosistémica», como convergencia de nanotecnología, ciencia ecológica, biotecnología, tecnología de la información y ciencias del conocimiento, por sus impactos en materiales, gestión del sistema público biosanitario, sistemas integrales ecológicos y de alimentación, así como investigación de enfermedades” (21).
Sin embargo, una valoración puramente «economicista» y con visión de corto plazo de la biotecnología sólo considera una parte de su impacto real en el bienestar social:
“Los impactos económicos de la biotecnología probablemente son menos sustanciales que sus efectos en las condiciones medioambientales y en la calidad de vida…, lo que podríamos considerar su ‘productividad social”(22).
“La cuestión que a mi juicio nos concierne –más acá, a los investigadores europeos– es ésta: ¿qué participación estamos teniendo en los análisis sobre los propósitos, los métodos y las implicaciones de áreas fundamentales de la ciencia contemporánea como la biología y la genética moleculares? Por poner sólo algunos ejemplos de preguntas: ¿sus objetivos y técnicas son moral, cultural y económicamente aceptables?; ¿son verosímiles sus promesas y metáforas?; ¿es eficiente el nivel de reduccionismo con el que habitualmente se caracterizan las relaciones entre genotipo y fenotipo clínico? Debates de esta índole se están produciendo con gran viveza en una diversidad de espacios profesionales y «profanos»: en la prensa general, sin ir más lejos. Acaso la participación en tales debates de los médicos, en particular, carezca actualmente del vigor deseable”. Una parte no desdeñable de la investigación biomédica contemporánea vive dualidades, ambivalencias, ambigüedades o contradicciones: “por una parte da por sentada su legitimidad científica y social para generar y difundir mensajes, estereotipos, imágenes y metáforas dirigidas a toda la sociedad; por otra, reclama disfrutar de la máxima autonomía y autogobierno, estar libre de injerencias y controles. Y además, a veces, en las organizaciones científicas nos sentimos incomprendidos por gobernantes y ciudadanos, refunfuñamos ante la ignorancia de quienes nos rodean y financian, e incluso reñimos a quienes simplifican y distorsionan nuestros hallazgos”(23).
Como dice Muñoz “se trata de comprender y analizar un paso más hacia la transformación del conocimiento científico-técnico en riqueza económica y social, a través de la innovación —tecnológica, como se debe precisar, para su adecuada identificación—, que es el espacio más cercano a la ciudadanía y más estrechamente relacionado con su grado de bienestar”(24).
Es necesario poner en énfasis el potencial de la moderna biotecnología para contribuir de modo genérico como valioso instrumento para la investigación y el desarrollo de medicamentos biológicos, pero también en los procesos de mejora de obtención de medicamentos tradicionales. Realmente su verdadera proyección es inabarcable dada su potencialidad.
La ciencia es la principal herramienta para analizar y comprender el mundo que nos rodea, y el progreso científico ha influido profundamente en la evolución de las sociedades, principalmente occidentales. Los impresionantes avances en genética molecular de estos últimos cincuenta años han cambiado la visión del ser humano y su interacción con el mundo. Pero paradójicamente, estos increíbles avances – inasibles para la mayoría – han supuesto una pérdida de confianza en la ciencia como forma de aprehender la realidad, y ha supuesto el renacimiento de formas menos racionales de relacionarse con el mundo que pongan en peligro avances culturales y sociales esenciales en las sociedades modernas: la incertidumbre de un futuro desconocido supone buscar el refugio de lo seguro.
La tecnología, como aplicación de la ciencia (25), ha acompañado al ser humano desde sus orígenes y han sido un motor de cambio evidente. El fuego, la rueda o la máquina de vapor, que supusieron una revolución en su momento, han hecho en gran parte posible la sociedad como la conocemos. Muchos de los logros - y fracasos - de la humanidad han sido posibles gracias a la ciencia. No podemos plantearnos renunciar totalmente a la biotecnología sin tener presentes que ello equivaldría a renunciar al progreso en medicina, la agricultura o la industria.
Dado que, como ya se ha indicado, la percepción social no es homogénea para todas las aplicaciones de la biotecnología, las consecuencias se están dejando sentir de distinta forma en sus distintas áreas. Sin embargo, ya sea porque la percepción social es negativa (caso de las aplicaciones a la alimentación, como por ejemplo en los alimentos transgénicos), o porque estas tecnologías se mueven en terrenos morales o éticamente sensibles (aplicaciones biomédicas), no está habiendo un apoyo público decidido a las investigaciones ni a los desarrollos tecnológicos en estos campos. Las consecuencias de esta falta de apoyo pueden provocar el abandono de algunas líneas de investigación que, aunque son prometedoras, no ofrecen a las compañías privadas unas perspectivas de retorno suficiente (al respecto cabe citar, por ejemplo, el desarrollo de variedades vegetales adaptadas a las condiciones de cultivo de países en vías de desarrollo). Por otra parte, en lo que se refiere a las líneas de investigación con un potencial de rentabilidad alto, la falta de apoyo público hará que estas líneas de investigación se desarrollen exclusivamente con capital privado. La falta de participación pública en las investigaciones puede comprometer su transparencia y dificultar su control, aumentando la dependencia en el uso de sus aplicaciones (26).
La importancia histórica de la Biotecnología es tal, máxime ahora, que no podemos olvidar su dimensión jurídico-pública. La revolución de los conocimientos que se ha producido en los últimos cincuenta años, cuyo progreso ha sido equivalente, si no superior, a muchísimos siglos, ha provocado que, consecuentemente, el Derecho se enfrente a unos retos impensables hasta hace poco, cuya regulación se escapa normalmente del conocimiento cabal de lo que se pretende regular, dada sus potencialidades. Esa es la paradoja.
En este ámbito, como dice MELLADO, “dentro del sistema jurídico general sobre la vida (conjunto armónico y solidario de normas y principios jurídicos que rotan en torno al vórtice del hecho vital), ocupa un lugar destacado, tanto por su importancia y singularidad, como por su novedad dentro del campo jurídico, el subsistema de normas relativas a la manipulación genética de los seres vivos (microorganismos, plantas, animales o el mismo hombre)”(27). Y continúa este autor diciendo:
“Desde la, hoy día ya consolidada, visión externa o funcional de la ciencia, sometida, pues, al Derecho, en tanto que omnipresente regulador de las conductas humanas y despojada ya de su tradicional “inmunidad jurídica” basada en la obsoleta profilaxis del hecho científico, se hace patente la legitimación teórica de la regulación por el ordenamiento jurídico de la actividad científica (biotecnológica), desprendida hace ya tiempo de los translúcidos ropajes de la investigación pura (básica) y contaminada por el evanescente tránsito hacia la praxis y la acción”(28).
Regular jurídicamente la biotecnología, o sus aplicaciones prácticas e inmediatas se ha convertido en un reto. Regular lo que se desconoce hace evidente la necesidad del conocimiento inmediato de aquellos avances que puedan incidir en el desarrollo humano, y en sus implicaciones éticas y morales.
Como dijo el citado Boeker, “hace quince años en una cafetería de la Universidad de Stanford discutía con una colega si algún día sería posible sintetizar el genoma. Nos parecía una locura, algo imposible. La ciencia cada vez nos sorprende más, es imposible saber qué será lo próximo”.
(1) “La información sobre el descubrimiento de Venter no fue afortunada, alarmó a la población y parece que uno de los primeros alarmados fue el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que inmediatamente reaccionó pidiendo a la Presidential’s Commission (el comité nacional de bioética) la redacción de un informe sobre la biología sintética y los conflictos de todo tipo – éticos, políticos, jurídicos, sociales – que eran previsibles. La Comisión se puso a trabajar y un año más tarde, el 2011, presentó un excelente informe que aclaraba el concepto, analizaba las posibles aplicaciones de las diferentes técnicas y las contrastaba con los valores éticos fundamentales.” V. CAMPS, Presentación a “La ética y la biología sintética: cuatro corrientes, tres informes” de T.H. Murray, pág. 3, Informes de la Fundació Víctor Grífols i Lucas, Barcelona.
(2) “La Biología Sintética”, Informe conjunto del Comité de Bioética de España y del Conselho Nacional de Ética para as Ciências da Vida de Portugal , pág. 7, Lisboa-Barcelona, 24 de octubre de 2011.
(3) Programa “Redes”: Entrevista de Eduard Punset con el premio Nobel Hamilton Smith, Título: “Jugando con genes en el cuarto de estar” – emisión 13 (28/09/2008, 01:30 hs) – temporada 13, video: http://www.smartplanet.es/redesblog/?p=95" target="_blank">http://www.smartplanet.es/redesblog/?p=95
Germán Méndez Sardina
Máster en Biomedicina, Biotecnología y Derecho
Experto en Bioderecho
Diplomado en Bioética
RESUMEN: Un nuevo y revolucionario avance biotecnológico nos vuelve a rememorar los mismos miedos e incertidumbres que ocasionó el descubrimiento en 2010 de la llamada “célula artificial”. Regular jurídicamente estas nuevas situaciones supone un reto inabarcable dada las potencialidades surgidas. Ello implica que el Derecho vaya por detrás de la Ciencia, puesto que no se puede regular lo que no se conoce. Es aquí donde tiene que aparecer la ética, la bioética, estableciendo las pautas y el cauce en el que deba moverse el desarrollo científico en beneficio de la humanidad, lo que implica necesariamente un conocimiento íntimo de los avances biotecnológicos.
Un nuevo avance en genética. Un equipo de investigadores liderados por Jef Boeke, director del NYU Langone Medical Center de Estados Unidos, ha conseguido sintetizar un cromosoma eucariota, es decir, un cromosoma completo y funcional de un organismo superior, en este caso la levadura. Armar un genoma eucariota –más complejo y con el ADN dentro del núcleo–, como el de la levadura, no se había conseguido nunca, lo que significa que se ha creado una versión modificada de una secuencia de cromosoma natural, lo que en definitiva viene a ser una versión sintética de la original.
Este nuevo y trascendental avance nos devuelve a una discusión nunca resuelta, ya que, rápidamente, rememoramos lo que, tan recientemente, en el año 2010, fue el pretendido y discutido descubrimiento de la llamada “célula artificial”. Y los temores de entonces se repiten hoy en día. Recordemos que “precaución” fue la palabra que más se repitió después de que el equipo científico del estadounidense Craig Venter lograra crear la primera célula artificial a partir de un genoma sintetizado artificialmente.
El miedo a un mal uso sobre el descubrimiento provocó que fuera el propio Venter el que pidió como “inventor y responsable” que se hiciera "todo lo posible para prevenir cualquier tipo de abuso". No obstante, y pese a ello, fueron numerosas las voces que le han acusaron de jugar a ser Dios y han señalado los peligros que podría acarrear este descubrimiento. Por ello, el afamado bioquímico mostró su rechazo a cualquier tipo de especulación y ha remarcado que los únicos fines de esa investigación en la que se invertieron cerca de 15 años y 40 millones de euros son de carácter médico y científico, pudiendo permitir la creación de nuevas vacunas, proteínas o biocombustibles. Pero, ¿cómo controlar estas situaciones?(1)
Como dijo a este respecto el Comité de Bioética de España:
“Algunas personas se alarmaron cuando los medios de comunicación anunciaron un sensacional acontecimiento: que un célebre investigador norteamericano (Craig Venter), después de años de intenso y costoso trabajo, fabricase una célula, o sea, crease vida artificial. El modo en que este hallazgo fue presentado por los medios de comunicación contribuyó a difundir opiniones situadas en el filo entre lo maravilloso y lo temible: fantástico, notable hecho que nos permite entrever la creación de células útiles, productoras de moléculas para medicinas o incluso combustibles. ¿Mas no habrá riesgo de desviarse de tales actividades para fabricar células o incluso seres pluricelulares agresivos, capaces de perjudicar, de causar daño y hasta la muerte a los humanos? ¿No acabará el científico sobrepasando sus propios límites y pasar a jugar a Dios (playing God)?”(2)
Este comentario no ha sido gratuito, ni en exceso alarmista. Precisamente en una entrevista del año 2008, el premio Nobel de Medicina de 1978, Hamilton Smith, Director Científico de Biología Sintética en el “Craig Venter Institute”, manifestaba a la pregunta “a la gente siempre le asusta que la clonación o la ingeniería genética se descontrole o desemboque en errores… ¿existe la posibilidad de que todo este tema se nos escape de las manos?”, lo siguiente: “Jamás diría que algo es imposible. En los últimos 50 años, mi campo científico ha progresado mucho más rápidamente de lo que jamás habría podido suponer. ¡La ciencia cada vez avanza más rápido! Es difícil saber qué nos deparará el futuro…”
Esta evidente incertidumbre sobre el futuro en estos campos de investigación se ve refrendado además por otros comentarios en dicha entrevista pues señala que “la técnica sintética que utilizamos ahora nos brinda una dimensión adicional, porque se pueden generar secuencias genéticas que no existen en la naturaleza”, “vamos a crear el tipo de vida que queramos, vamos a poder diseñar la vida… es algo importante que no había ocurrido en más de 3000 millones de años” (3).
Más recientemente, en otra entrevista, dicho premio Nobel, a la pregunta de qué valoración hace del progreso realizado después de 13 años desde que lograran secuenciar el genoma humano, señala “[…] Creo que mucha gente se preguntaba porqué lo hacíamos. Y había varias razones. Una es que teníamos la tecnología para hacerlo. […](4)”
Resulta difícil ante estas palabras no recordar aquéllas otras de la escritora Mary Shelley en su obra “Frankestein o el Moderno Prometeo”, que data, nada menos, de 1818, en boca de uno de sus personajes, Victor Frankestein:
“Quien no haya experimentado la seducción que la ciencia ejerce sobre una persona, jamás comprenderá su tiranía”
Este es un mero ejemplo de lo que acontece en la actualidad con una velocidad desconcertante. Diariamente observamos en los medios de comunicación los incontables avances científicos difícilmente comprensibles para personas ajenas a ese conocimiento pero que sin embargo son puestos a disposición de una opinión pública que desconoce realmente de qué se habla y la trascendencia de dichos descubrimientos o innovaciones, provocando en consecuencia sentimientos encontrados de esperanza, alarma y miedo. Y esto es así porque “el hombre por naturaleza desea saber”.
Esta última afirmación, de Aristóteles, mantiene plena su vigencia y expresa esencialmente el desencuentro actual y “la necesidad de encontrar un punto de convergencia entre el conocimiento tecnocientífico y los principios éticos que deben regular su aplicación. En nuestro siglo XXI esta finalidad cognoscitiva ligada al deseo de dominio nos instala definitivamente en la esfera de la voluntad más que del intelecto. Por lo tanto, aparece como necesidad ineludible la búsqueda de un bien moral. Frente al imperativo tecnológico de hacer todo lo que es posible, anteponer el imperativo ético de hacer lo que se debe(5)”. Encauzar la conducta humana hacia el equilibrio entre el esencial deseo de avanzar en el conocimiento de la realidad natural y social y la toma de conciencia de los peligros que este progreso conlleva para la propia supervivencia como seres humanos.
Es esclarecedor, por otra parte, porque refleja el estado de la ciencia e investigación en aquél momento, que en una conferencia pronunciada por MAX WEBER en la Universidad de Munich, en enero de 1919, titulada “La Ciencia como profesión”, en la que se centra en el problema de la relación entre la ciencia y los valores o creencias de los hombres, expresara:
“Después de la destructora crítica de Nietzsche a aquel “último hombre” que “ha encontrado la felicidad”, puedo muy bien dejar a un lado el que se haya celebrado, con ingenuo optimismo, a la ciencia como el camino para la felicidad, es decir, a la técnica de dominar la vida basada en la ciencia. ¿Quién cree en eso, excepto algunos niños grandes en las cátedras y en las salas de redacción de los periódicos?(6)”
Resulta evidente que poco tiene que ver la Ciencia coetánea a las señaladas palabras de Weber con la actualidad. Se ha abierto una brecha que impide cualquier paso atrás. Los sociólogos modernos concluyen que vivimos en la sociedad de la incertidumbre (7), del cambio y del exceso, y esas características también se reflejan, como decimos, en las actitudes de los ciudadanos con respecto a las nuevas tecnologías y en especial con las referidas a la biotecnología, especialmente las que alteran el genoma humano.
“Hay cierta polémica y cierto miedo contenido a la modificación genética de microorganismos y a los grandes sueños de la ingeniería sintética de organismos vivos, al bioterrorismo y a la guerra biológica, a la militarización de algunos espacios científicos y a la intrusión gubernamental, al secretismo y a la falta de respeto por el secreto profesional… y miedo asimismo al miedo (por ejemplo, a desperdiciar el potencial que para la sociedad pueden tener muchas biotecnologías) (8).”
La biología sintética – que nos ha servido como introducción para éste tema - tiene como objetivo diseñar y construir organismos que podrían beneficiar a los seres humanos de diversas maneras, tales como la producción de biocombustibles de bajo costo y el desarrollo de nuevos tipos de medicamentos. Pero esta nueva forma de biotecnología también plantea cuestiones éticas, la principal de las cuales es ¿Hay que "crear vida" ante todo, en primer lugar (9)?
"La biología sintética parece implicar la búsqueda de un grado de control sobre los mecanismos básicos de la vida que los seres humanos nunca han alcanzado antes, es deseable ésta búsqueda ¿Es preocupante? (10)"
Precisamente, y coincidiendo con la aplicación en masa de las técnicas biomédicas de reproducción humana a mediados de los años ochenta, el mundo del Derecho empezó a movilizarse para regular estas nuevas tecnologías. Las legislaciones que se realizaron en estos años, respondieron al principio de salvaguarda de los Derechos Fundamentales del ser humano, que en ese momento la doctrina jurídica mayoritaria identificaba desde una perspectiva individualista con derechos socio-económicos individuales, los denominados Derechos Humanos de 2ª Generación, y que encumbraron el principio de autodeterminación.
Ese momento coincide claramente con el principio de los grandes avances médicos, que desde aquéllas fechas ha devenido imparable. A este respecto BERNARD nos habla de la doble revolución acaecida en pocos años. Por un lado la revolución terapéutica con la aparición primero de los sulfamidas y luego de los antibióticos, y por otro la revolución biológica con el descubrimiento del código genético y de las leyes simples que rigen la vida: “Estas dos revoluciones han transformado el destino de los hombres, pero han planteado nuevas cuestiones morales que ignoraban nuestros antecesores” (11).
“La primera, la revolución terapéutica, que comienza hacia el año 1937 con las sulfamidas y que permitió al hombre triunfar sobre enfermedades hasta entonces incurables como la tuberculosis, la sífilis, las grandes septicemias, y los grandes desórdenes químicos del humor. La segunda comienza 20 años más tarde, con una fuerte dirección cognitiva. Mientras la primera era empírica, esta última se presenta como racional, metodológicamente rigurosa, y es la que ha permitido el desarrollo de la biología molecular y los descubrimientos genéticos. La actual “Investigación biomédica” se dirige al conocimiento no sólo del hombre enfermo en una búsqueda del beneficio directo para su salud, sino también al hombre sano ya sea en un ambiente ordinario, artificial o extremo”(12).
En este nuevo entorno, en los años noventa del siglo XX, la evolución en el pensamiento político-constitucional desarrolló los Derechos Humanos de las futuras generaciones (Derechos Humanos de 3ª Generación), que rompieron cierto individualismo precedente con la entrada en consideración de nuevos objetivos fundamentales como el ecologismo, el respeto a la naturaleza y a sus recursos, etc (13). Jurídicamente se va a demandar la aplicación del llamado Principio de responsabilidad en la utilización de las nuevas tecnologías, así como el Principio de precaución, que justifican la existencia de una legislación que propugna un equilibrio en los derechos e intereses de las prácticas científicas. Este giro en la doctrina de los derechos fundamentales tuvo sus consecuencias prácticas. España no ha sido ajena a las mismas, y nuevamente salen a la palestra con ocasión de importantes reformas legislativas. Nos movemos, por tanto, en una materia donde se mezclan distintas disciplinas, pues es evidente que sus consecuencias no son simple Biología o Ciencia.
Los increíbles avances científicos que hemos mencionado – y han sido sólo un ejemplo – no puede hacernos olvidar que la biotecnología hunde sus raíces en la historia, pues desde muy antiguo el hombre modificó la naturaleza en su beneficio. La alteración del hecho natural en beneficio del hombre sigue siendo la misma razón que en su día hicieron que las fermentaciones crearan pan, vino o cerveza, y que hoy en día se haya llegado a lo hasta hace poco inimaginable como es la modificación genética con las increíbles perspectivas que se abren.
Son muchas las definiciones que se han dado de biotecnología. Académicamente puede definirse como el uso y la manipulación de organismos vivos, o de substancias obtenidas de éstos, con objeto de obtener productos útiles para el ser humano (14). Resaltemos rápidamente en este punto esta finalidad inmediata cual es ser útiles para el ser humano, característica ésta que determina claramente el objeto para la que nació, y cuya pérdida puede establecer de inmediato la ética de su existencia.
También ha sido definida como un conjunto de tecnologías de la vida, basadas en el conocimiento, de carácter horizontal, que inciden en todos los sectores económicos, y sus aplicaciones plantean en numerosas ocasiones problemas éticos y sociales. En virtud de estas características, parece más lógico hablar de biotecnologías en plural, práctica que, sin dejar de encontrar resistencia para su puesta en acción, va ganando predicamento. De hecho, ya se ha introducido una división cromática de las biotecnologías con propósitos divulgativos y publicitarios. Hoy ya se habla de «biotecnología verde» para la biotecnología agrícola, de «biotecnología roja» para las aplicaciones relacionadas con la salud humana y animal y de «biotecnología blanca» para referirse a los usos de la biotecnología en el desarrollo de procesos industriales.
Otra división de las biotecnologías tiene un carácter funcional y temporal, y de este modo se distingue la «biotecnología moderna», que se basa en la utilización de la ingeniería genética, la genómica, la proteómica y la transferencia nuclear, y de la «biotecnología antigua», cuyos soportes técnicos son la bioquímica, la microbiología y la fermentación. Los nuevos avances en las técnicas de clonación, de reprogramación nuclear, en la identificación del potencial de las células madre, embrionarias o adultas para acometer terapias regenerativas, así como el creciente reconocimiento del papel que la nanotecnología tiene en la más eficaz distribución de los medicamentos, han llevado a la conveniencia de considerar un tercer tipo o clase de biotecnología, la biotecnología actual o contemporánea. Las primeras dos biotecnologías han contribuido decisivamente al desarrollo económico y con importantes repercusiones sociales y políticas. Sin embargo, la ausencia de indicadores económicos en las bases estadísticas tradicionales hace muy difícil la valoración cuantitativa de su impacto económico y, en cierto modo, su impacto social. La tercera clase está en pleno proceso de experimentación y desarrollo y sus efectos, aunque se aventuran impresionantes, están aún por determinar (15).
Finalmente podemos señalar la definición que establece la OCDE “Biotecnología significa la aplicación de principios científicos y de ingeniería para el proceso de materiales a través de agentes biológicos para obtener bienes y servicios. Estos procesos cubren una amplia variedad de disciplinas pero se basa principalmente en microbiología, bioquímica, genética e ingeniería genética”.
Hechas estas necesarias matizaciones conceptuales, en definitiva, a este respecto, podemos convenir que existe cierto consenso dogmático sobre la naturaleza bipolar de la Biotecnología. Se habla así, por un lado, de la “Biotecnología tradicional”, es decir, del ancestral conjunto de técnicas humanas de manipulación (empírica) de los organismos y microorganismos vivos para la obtención del vino, la cerveza, el pan, etc; y por otro, de la “moderna Biotecnología”, ese nuevo paradigma del conocimiento que, desde mediados del siglo XX, y gracias a la posibilidad de irrupción consciente y deliberada en el material genético de los seres vivos, está erosionando, no sólo las bases científicas convergentes de las ciencias de la vida, sino, y más preocupantemente, muchos de los valores y convicciones –individuales y sociales– de nuestro mundo. En ambos casos hay manipulación de la vida. La “moderna biotecnología”, la tecnología del ADN recombinante (ácido desoxirribonucleico), es una tecnología directa, consciente, voluntaria, una nueva forma de aprovechamiento dirigido de los recursos vivos. Se trata de una tecnología compleja, ambivalente, horizontal –ya que sus objetivos de desarrollo abarcan todos los sectores tradicionales en que se divide la actividad económica– y polivalente en sus aplicaciones (16).
No cabe duda que el avance imparable de la biotecnología establece las nuevas fronteras de la bioética, en sus perspectivas actuales, futuras o previsiblemente futuribles, y que vienen marcadas principalmente por las manipulaciones genéticas, las intervenciones sobre el embrión, y la fecundación asistida. Todas éstas cuestiones plantean por una parte la proyección del hombre hacia el futuro, pero también “el pavoroso peligro de un uso «contra» el hombre y, por tanto, la cada vez más apremiante necesidad de regulación jurídica de la materia”. Es por ello que “tratándose de cuestiones tan vitales, compete a la bioética y al jurista no sólo «racionalizar el presente», sino también «programar el futuro», en cuanto que el vertiginoso progreso de las técnicas biomédicas tiende crecientemente a transformar lo «futurible» en «futuro» y lo «futuro» en «presente»”(17).
El ser humano se encuentra, por tanto, en la actualidad ante un nuevo escenario inesperado, ciertamente, configurado por los avances científico-técnicos que, ineludiblemente, le colocan en una situación controvertida. Las nuevas tecnologías aplicadas al campo científico, han dado origen a una serie de avances insospechados años atrás, que obligan al ser humano, insoslayablemente, a llevar a cabo una revisión en profundidad de su nueva situación. Como nos dice Feito “el espectacular avance de las técnicas biológicas y médicas ha desencadenado un cambio sin precedentes en el que se hacen precisos nuevos modelos de afrontar las conflictivas situaciones en las que el ser humano se inscribe” (18).
Ello es innegable por cuanto el principal objetivo de la Biotecnología es la manipulación de la vida, y hay que ser conscientes de lo peligroso de esta afirmación. En definitiva hablamos de transformar la naturaleza, y aunque se haga en nombre de ella no podemos estar seguros de que sea siempre en beneficio de la Humanidad.
Vivimos en una época en la que se está produciendo un importante giro en el paradigma de la relación entre la ética y la investigación científica. El desfase temporal entre los descubrimientos científicos y la reflexión ética paralela se va desvaneciendo de forma progresiva; incluso podría decirse que la ética encontró su propio ritmo. Lo que se designa actualmente como bioética de las situaciones emergentes (clonación, obtención y uso de células troncales, nanotecnología, biología sintética...) ha contribuido de forma decisiva a este cambio. Hoy en día la ciencia prosigue su evolución y la bioética sus reflexiones; reflexiones sobre las posibilidades, evaluando los riesgos y avanzando propuestas que, sin ser científicas, imprimen matices importantes al ritmo del desarrollo científico. Se puede postular que es en nuestra época cuando se materializa el nuevo paradigma sobre esta cuestión; progresivamente la ética se ha ido aproximando a la ciencia; y hoy la reflexión ética aparece, no ya como un anexo, sino como un capítulo importante de cualquier investigación científica (19).
Se puede hablar por tanto de la aparición de un nuevo paradigma científico, de una verdadera revolución de los conocimientos. Es por eso que uno de los últimos y principales retos del Derecho de nuestros días es hacer frente a este nuevo conjunto de conocimientos, cuya ambivalencia, aún precario conocimiento y potencialidades casi inabarcables lo han hecho merecedor de una atención, a nivel universal y en todos los campos, sin precedentes (20).
“El proceso de estimación de la contribución económica de cualquier sector o actividad concreta a los agregados macroeconómicos de un determinado país es siempre una labor compleja, ya que dichos efectos trascienden de la simple aportación directa que realiza cada uno de los agentes integrados en dicho sector. Estas dificultades se multiplican cuando se trata, como en el caso de la biotecnología, de una actividad que presenta múltiples implicaciones tanto sociales como económicas, se encuentra en pleno proceso de expansión y afecta a un amplio espectro de empresas pertenecientes a diversos sectores productivos. […] El Science and Tecnology Foresight Pilot Project de Canadá, al valorar los impactos potenciales en la sociedad y a largo plazo (10-25 años) de los avances científicos y tecnológicos, asigna un papel estratégico a la «biosistémica», como convergencia de nanotecnología, ciencia ecológica, biotecnología, tecnología de la información y ciencias del conocimiento, por sus impactos en materiales, gestión del sistema público biosanitario, sistemas integrales ecológicos y de alimentación, así como investigación de enfermedades” (21).
Sin embargo, una valoración puramente «economicista» y con visión de corto plazo de la biotecnología sólo considera una parte de su impacto real en el bienestar social:
“Los impactos económicos de la biotecnología probablemente son menos sustanciales que sus efectos en las condiciones medioambientales y en la calidad de vida…, lo que podríamos considerar su ‘productividad social”(22).
“La cuestión que a mi juicio nos concierne –más acá, a los investigadores europeos– es ésta: ¿qué participación estamos teniendo en los análisis sobre los propósitos, los métodos y las implicaciones de áreas fundamentales de la ciencia contemporánea como la biología y la genética moleculares? Por poner sólo algunos ejemplos de preguntas: ¿sus objetivos y técnicas son moral, cultural y económicamente aceptables?; ¿son verosímiles sus promesas y metáforas?; ¿es eficiente el nivel de reduccionismo con el que habitualmente se caracterizan las relaciones entre genotipo y fenotipo clínico? Debates de esta índole se están produciendo con gran viveza en una diversidad de espacios profesionales y «profanos»: en la prensa general, sin ir más lejos. Acaso la participación en tales debates de los médicos, en particular, carezca actualmente del vigor deseable”. Una parte no desdeñable de la investigación biomédica contemporánea vive dualidades, ambivalencias, ambigüedades o contradicciones: “por una parte da por sentada su legitimidad científica y social para generar y difundir mensajes, estereotipos, imágenes y metáforas dirigidas a toda la sociedad; por otra, reclama disfrutar de la máxima autonomía y autogobierno, estar libre de injerencias y controles. Y además, a veces, en las organizaciones científicas nos sentimos incomprendidos por gobernantes y ciudadanos, refunfuñamos ante la ignorancia de quienes nos rodean y financian, e incluso reñimos a quienes simplifican y distorsionan nuestros hallazgos”(23).
Como dice Muñoz “se trata de comprender y analizar un paso más hacia la transformación del conocimiento científico-técnico en riqueza económica y social, a través de la innovación —tecnológica, como se debe precisar, para su adecuada identificación—, que es el espacio más cercano a la ciudadanía y más estrechamente relacionado con su grado de bienestar”(24).
Es necesario poner en énfasis el potencial de la moderna biotecnología para contribuir de modo genérico como valioso instrumento para la investigación y el desarrollo de medicamentos biológicos, pero también en los procesos de mejora de obtención de medicamentos tradicionales. Realmente su verdadera proyección es inabarcable dada su potencialidad.
La ciencia es la principal herramienta para analizar y comprender el mundo que nos rodea, y el progreso científico ha influido profundamente en la evolución de las sociedades, principalmente occidentales. Los impresionantes avances en genética molecular de estos últimos cincuenta años han cambiado la visión del ser humano y su interacción con el mundo. Pero paradójicamente, estos increíbles avances – inasibles para la mayoría – han supuesto una pérdida de confianza en la ciencia como forma de aprehender la realidad, y ha supuesto el renacimiento de formas menos racionales de relacionarse con el mundo que pongan en peligro avances culturales y sociales esenciales en las sociedades modernas: la incertidumbre de un futuro desconocido supone buscar el refugio de lo seguro.
La tecnología, como aplicación de la ciencia (25), ha acompañado al ser humano desde sus orígenes y han sido un motor de cambio evidente. El fuego, la rueda o la máquina de vapor, que supusieron una revolución en su momento, han hecho en gran parte posible la sociedad como la conocemos. Muchos de los logros - y fracasos - de la humanidad han sido posibles gracias a la ciencia. No podemos plantearnos renunciar totalmente a la biotecnología sin tener presentes que ello equivaldría a renunciar al progreso en medicina, la agricultura o la industria.
Dado que, como ya se ha indicado, la percepción social no es homogénea para todas las aplicaciones de la biotecnología, las consecuencias se están dejando sentir de distinta forma en sus distintas áreas. Sin embargo, ya sea porque la percepción social es negativa (caso de las aplicaciones a la alimentación, como por ejemplo en los alimentos transgénicos), o porque estas tecnologías se mueven en terrenos morales o éticamente sensibles (aplicaciones biomédicas), no está habiendo un apoyo público decidido a las investigaciones ni a los desarrollos tecnológicos en estos campos. Las consecuencias de esta falta de apoyo pueden provocar el abandono de algunas líneas de investigación que, aunque son prometedoras, no ofrecen a las compañías privadas unas perspectivas de retorno suficiente (al respecto cabe citar, por ejemplo, el desarrollo de variedades vegetales adaptadas a las condiciones de cultivo de países en vías de desarrollo). Por otra parte, en lo que se refiere a las líneas de investigación con un potencial de rentabilidad alto, la falta de apoyo público hará que estas líneas de investigación se desarrollen exclusivamente con capital privado. La falta de participación pública en las investigaciones puede comprometer su transparencia y dificultar su control, aumentando la dependencia en el uso de sus aplicaciones (26).
La importancia histórica de la Biotecnología es tal, máxime ahora, que no podemos olvidar su dimensión jurídico-pública. La revolución de los conocimientos que se ha producido en los últimos cincuenta años, cuyo progreso ha sido equivalente, si no superior, a muchísimos siglos, ha provocado que, consecuentemente, el Derecho se enfrente a unos retos impensables hasta hace poco, cuya regulación se escapa normalmente del conocimiento cabal de lo que se pretende regular, dada sus potencialidades. Esa es la paradoja.
En este ámbito, como dice MELLADO, “dentro del sistema jurídico general sobre la vida (conjunto armónico y solidario de normas y principios jurídicos que rotan en torno al vórtice del hecho vital), ocupa un lugar destacado, tanto por su importancia y singularidad, como por su novedad dentro del campo jurídico, el subsistema de normas relativas a la manipulación genética de los seres vivos (microorganismos, plantas, animales o el mismo hombre)”(27). Y continúa este autor diciendo:
“Desde la, hoy día ya consolidada, visión externa o funcional de la ciencia, sometida, pues, al Derecho, en tanto que omnipresente regulador de las conductas humanas y despojada ya de su tradicional “inmunidad jurídica” basada en la obsoleta profilaxis del hecho científico, se hace patente la legitimación teórica de la regulación por el ordenamiento jurídico de la actividad científica (biotecnológica), desprendida hace ya tiempo de los translúcidos ropajes de la investigación pura (básica) y contaminada por el evanescente tránsito hacia la praxis y la acción”(28).
Regular jurídicamente la biotecnología, o sus aplicaciones prácticas e inmediatas se ha convertido en un reto. Regular lo que se desconoce hace evidente la necesidad del conocimiento inmediato de aquellos avances que puedan incidir en el desarrollo humano, y en sus implicaciones éticas y morales.
Como dijo el citado Boeker, “hace quince años en una cafetería de la Universidad de Stanford discutía con una colega si algún día sería posible sintetizar el genoma. Nos parecía una locura, algo imposible. La ciencia cada vez nos sorprende más, es imposible saber qué será lo próximo”.
(1) “La información sobre el descubrimiento de Venter no fue afortunada, alarmó a la población y parece que uno de los primeros alarmados fue el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que inmediatamente reaccionó pidiendo a la Presidential’s Commission (el comité nacional de bioética) la redacción de un informe sobre la biología sintética y los conflictos de todo tipo – éticos, políticos, jurídicos, sociales – que eran previsibles. La Comisión se puso a trabajar y un año más tarde, el 2011, presentó un excelente informe que aclaraba el concepto, analizaba las posibles aplicaciones de las diferentes técnicas y las contrastaba con los valores éticos fundamentales.” V. CAMPS, Presentación a “La ética y la biología sintética: cuatro corrientes, tres informes” de T.H. Murray, pág. 3, Informes de la Fundació Víctor Grífols i Lucas, Barcelona.
(2) “La Biología Sintética”, Informe conjunto del Comité de Bioética de España y del Conselho Nacional de Ética para as Ciências da Vida de Portugal , pág. 7, Lisboa-Barcelona, 24 de octubre de 2011.
(3) Programa “Redes”: Entrevista de Eduard Punset con el premio Nobel Hamilton Smith, Título: “Jugando con genes en el cuarto de estar” – emisión 13 (28/09/2008, 01:30 hs) – temporada 13, video: http://www.smartplanet.es/redesblog/?p=95" target="_blank">http://www.smartplanet.es/redesblog/?p=95
(4) El Mundo, Fecha: 13-07-2013, Sección: Otras voces, página 18.
(5) Dibarbora, E. “Una reflexión bioética frente a los avances biotecnológicos”, en Bioética&Debat, del Instituto Borja de Bioética, http://www.bioetica-debat.org/article.php?storyid=829" target="_blank">http://www.bioetica-debat.org/article.php?storyid=829 de 19/3/2013, consultado el 11/09/2013.
(6) Weber, M. “La ciencia como profesión”, Colección Austral, Espasa Calpe, Madrid 1992, pág. 72
(7) En 1986 un hasta entonces desconocido sociólogo alemán, Beck, publicaba un libro de sugestivo título: “La sociedad del riesgo”. Su tesis básica era que el nuevo elemento definidor de las sociedades tecnológicamente avanzadas es su constante sometimiento a peligros y amenazas, y precisamente el desarrollo científico y sus aplicaciones en el campo médico y farmacéutico es el que produce esos efectos perniciosos. Moure, Eugenio, “Los retos juridicos que plantea la biotecnología”, DS Vol. 13, Núm. 2, Julio - Diciembre 2005, pág. 258.
(8) Porta, M. “Investigación biomédica y sociedad: ambivalencias y contradicciones”, Med Clin (Barc). 2007;128(8):305
(9) En una reciente conferencia, la inaugural del XVIII Congreso Internacional Ciencia y Vida. “Ciencia, humanismos y posthumanismos”, de la Universidad San Pablo CEU, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación, el pasado dia 23 de julio de 2013, el profesor JOUVÉ DE LA BARREDA, Catedrático de Genética, pone en entredicho no sólo la ética de los experimentos realizados sino la verdadera utilidad de los mismos, y así dice:”¿es un derecho el utilizar la biotecnología para cambiar las características genéticas de los seres vivos? ¿lo es para cambiar las características genéticas de los seres humanos?”, y recordando el artículo 10 de La Declaración Universal sobre el Genoma y Derechos Humanos («Ninguna investigación relativa al genoma humano ni sus aplicaciones, en particular en las esferas de la biología, la genética y la medicina, podrán prevalecer sobre el respeto de los derechos humanos, de las libertades fundamentales y de la dignidad humana de los individuos o, si procede, de los grupos humanos»), dice sin ambages “Mucha tecnología, mucha secuenciación, mucho cortar, pegar, clonar y ensamblar piezas de ADN, pero en el fondo poca imaginación”.
(10) Kaebnick, G.- Murray, T. (eds), Synthetic Biology and Morality: Artificial Life and the Bounds of Nature, MIT press, 2013, Cambridge, USA, pág. 12.
(11) Bernard, Jean, “La Bioética” Dominos- Círculo de Lectores, Barcelona, 1994, pág. 3.
(12) Rovaletti, M.L., “La investigación biomédica actual: un cuestionamiento a la sociedad en su conjunto”, Acta Bioethica 2003; año IX, nº 1, pág. 106.
(13) Se propugna por algunos autores una nueva generación de DD.HH., la 4ª, que se considera de carácter biológico, como el derecho a ser clonado o el derecho a decidir la propia muerte.
(14) Egozcue, J (c), “Percepción social de la Biotecnología”, Informe de la Fundación Victor Grifols i Lucas, pág. 25, Barcelona
(15) Muñoz, M. “Evolución del impacto socioeconómico de las biotecnologías en la salud”, Med Clin (Barc). 2008;131(Supl 5):49
(16) Mellado Ruiz, L. “La dimensión jurídica-pública de la biotecnología” (a propósito de la Directiva 2001/18/CE, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 12 de marzo de 2001), Revista Jurídica de Navarra, núm. 31, 2001, pág. 141-142.
(17) Mantovani, F., “Las nuevas fronteras de la Bioética”, RECPC, 01-06 (1999),pág. 1
(18) Feito Grande, L., (Ed.), Estudios de Bioética, Dykinson, Madrid, 1997, p. 4
(19) La Biología Sintética”, Informe …, op.cit. pág. 7.
(20) Mellado Ruiz, L., ob. cit. Pág 142.
(21) Dones-Pérez-Pulido, “El impacto macroeconómico de la biotecnología” Med Clin (Barc). 2008;131(Supl 5): p.60
(22) Ibidem, p.60.
(23) Porta, M. op. cit. Pág. 306
(24) El carácter transversal de las biotecnologías que, en su relación con el mundo económico y empresarial, han llevado a la configuración de diferentes tipos o categorías de empresas en función de la importancia (dedicación) que las tecnologías de la vida suponen para su cifra de negocios. Se ha hablado así de empresas completamente dedicadas a la biotecnología (ECDB), empresas parcialmente dedicadas o basadas en la biotecnología (EPDB) y empresas usuarias de la biotecnología (EUB). Estas categorías, propuestas en un entorno académico y científico, fueron adoptadas por ASEBIO (Asociación Española de Bioempresas) para abordar la caracterización del ámbito biotecnológico español. Muñoz, E. op.cit. pág. 50.
(25) Como más adelante se dirá es necesario distinguir entre Ciencia y Tecnología. En la labor del científico, que es avanzar en el conocimiento de la naturaleza, no se pueden ponerse más barreras que las derivadas de la eticidad de los instrumentos o métodos que usa. Un escalón diferente ocupa la tecnología que a veces se presenta unida a la ciencia pero que no coinciden. La tecnología trata simplemente de hacer útiles los conocimientos científicos, aplicarlos. Los avances tecnológicos no deben identificarse y asimilarse con los avances científicos.
(26) Egozcue, J (c), op. cit., pág. 33.
(27) Mellado Ruiz, L., ob. cit. pág. 146
(28) Ibidem, pág. 147.
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