Fuente: Jano.es
Popeye el marino tiene más de 90 años. Nació en 1929, el
mismo año del Crack. Su padre fue el dibujante de historietas
estadounidense Elzie Crisler Segar, que lo presentó como personaje
secundario en una tira cómica que publicaba en el The New York Evening Journal.
El personaje fue adquiriendo cada vez mayor popularidad y saltó del
papel a la pantalla en 1933. Desde entonces ha quedado grabado en la
memoria colectiva de sucesivas generaciones. Su pipa de maíz, sus
antebrazos hipertrofiados con anclas tatuadas, su mentón prominente y su
ojo eternamente cerrado –nunca se llegó a explicar cómo se quedó
tuerto- son algunas de sus características más recordadas. Pero sin
duda, la más llamativa, era su voracidad por aquellas latas de espinacas
que le proporcionaban una fuerza descomunal. Lo que es curioso es que
este rasgo nació con los cortometrajes de dibujos animados, ya que el
Popeye de las historietas de Segar detestaba las verduras.
En cualquier caso, a nadie se le escapa la influencia que ha tenido
Popeye en la alimentación de millones de niños que algún día se
decidieron a probar las espinacas para emular al fortachón héroe
animado. Lo que nadie parece haber hecho durante casi un siglo es
verificar esa probable influencia a través de un estudio y, además,
publicarlo. Hasta hace poco.
Lo hicieron investigadores tailandeses de la Universidad Mahidol de Bangkok, que publicaron su trabajo en Nutrition & Dietetics2010;67:97-101).
La muestra del estudio fueron 26 niños de 4 y 5 años de edad y su
duración de 8 semanas. El objetivo fue observar en qué medida variaba su
consumo de frutas y verduras antes y después de ponerlos a ver dibujos
animados de Popeye. (
La directora del estudio, Chutima Sirikulchayanonta, explicaba que
los niños no solamente se dedicaron a ver dibujos en la tele, sino que
también participaron en “fiestas temáticas sobre frutas y verduras”,
cocinaron sopas de verduras y aprendieron a plantar semillas de
verduras. Afortunadamente, no acabaron odiando las verduras sino todo lo
contrario, pues lo que explica la investigadora tailandesa de apellida
casi impronunciable es que los resultados fueron todo un éxito.
El consumo de este tipo de alimentos se duplicó y los niños pasaron
de comer de dos tipos de verdura a cuatro. Según los educadores, los
padres les comentaron que sus hijos les hablaban con mayor frecuencia de
temas alimentarios y que se mostraban orgullosos de haber comido
espinacas y similares. En cuanto al consumo de fruta no se detectaron
diferencias, pues “probablemente ya comían más frutas que verduras antes
de comenzar con el programa”.
Para Sirikulchayanonta, cambiar los hábitos alimentarios de los
niños desde que son más pequeños puede tener un mayor impacto
beneficioso en su salud adulta. Lo dicho, que la dieta de Popeye sigue
ejerciendo su influjo en pleno siglo XXI.
A todo esto, en 2006 también se hizo público otro estudio
relacionado en cierto modo con el célebre marino, del que eran
responsables investigadores de la Universidad de Manchester.
Su hallazgo fue que las espinacas y otras verduras son ricas en
luteína, sustancia que, junto con el carotenoide zeaxantina, forma una
sustancia oleosa y amarillenta en la mácula de la retina. Se trata del
llamado pigmento macular, que parece proteger frente a la degeneración
macular asociada a la edad o DMAE, primera causa de ceguera en mayores.
La hipótesis de los investigadores británicos no podía ser más clara: a
pesar de su avanzada edad, el alto consumo de espinacas podría ser la
causa de que Popeye no necesitara gafas.
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