jueves, 16 de diciembre de 2010

LA INFLUENCIA DE POPEYE EN EL SIGLO XXI

Fuente: Jano.es

Popeye el marino tiene más de 90 años. Nació en 1929, el mismo año del Crack. Su padre fue el dibujante de historietas estadounidense Elzie Crisler Segar, que lo presentó como personaje secundario en una tira cómica que publicaba en el The New York Evening Journal.
 
El personaje fue adquiriendo cada vez mayor popularidad y saltó del papel a la pantalla en 1933. Desde entonces ha quedado grabado en la memoria colectiva de sucesivas generaciones. Su pipa de maíz, sus antebrazos hipertrofiados con anclas tatuadas, su mentón prominente y su ojo eternamente cerrado –nunca se llegó a explicar cómo se quedó tuerto- son algunas de sus características más recordadas. Pero sin duda, la más llamativa, era su voracidad por aquellas latas de espinacas que le proporcionaban una fuerza descomunal. Lo que es curioso es que este rasgo nació con los cortometrajes de dibujos animados, ya que el Popeye de las historietas de Segar detestaba las verduras.
 
En cualquier caso, a nadie se le escapa la influencia que ha tenido Popeye en la alimentación de millones de niños que algún día se decidieron a probar las espinacas para emular al fortachón héroe animado. Lo que nadie parece haber hecho durante casi un siglo es verificar esa probable influencia a través de un estudio y, además, publicarlo. Hasta hace poco.
 
Lo hicieron investigadores tailandeses de la Universidad Mahidol de Bangkok, que publicaron su trabajo en Nutrition & Dietetics2010;67:97-101). La muestra del estudio fueron 26 niños de 4 y 5 años de edad y su duración de 8 semanas. El objetivo fue observar en qué medida variaba su consumo de frutas y verduras antes y después de ponerlos a ver dibujos animados de Popeye. (
 
La directora del estudio, Chutima Sirikulchayanonta, explicaba que los niños no solamente se dedicaron a ver dibujos en la tele, sino que también participaron en “fiestas temáticas sobre frutas y verduras”, cocinaron sopas de verduras y aprendieron a plantar semillas de verduras. Afortunadamente, no acabaron odiando las verduras sino todo lo contrario, pues lo que explica la investigadora tailandesa de apellida casi impronunciable es que los resultados fueron todo un éxito.
 
El consumo de este tipo de alimentos se duplicó y los niños pasaron de comer de dos tipos de verdura a cuatro. Según los educadores, los padres les comentaron que sus hijos les hablaban con mayor frecuencia de temas alimentarios y que se mostraban orgullosos de haber comido espinacas y similares. En cuanto al consumo de fruta no se detectaron diferencias, pues “probablemente ya comían más frutas que verduras antes de comenzar con el programa”.
 
Para Sirikulchayanonta, cambiar los hábitos alimentarios de los niños desde que son más pequeños puede tener un mayor impacto beneficioso en su salud adulta. Lo dicho, que la dieta de Popeye sigue ejerciendo su influjo en pleno siglo XXI.
 
A todo esto, en 2006 también se hizo público otro estudio relacionado en cierto modo con el célebre marino, del que eran responsables investigadores de la Universidad de Manchester. Su hallazgo fue que las espinacas y otras verduras son ricas en luteína, sustancia que, junto con el carotenoide zeaxantina, forma una sustancia oleosa y amarillenta en la mácula de la retina. Se trata del llamado pigmento macular, que parece proteger frente a la degeneración macular asociada a la edad o DMAE, primera causa de ceguera en mayores. La hipótesis de los investigadores británicos no podía ser más clara: a pesar de su avanzada edad, el alto consumo de espinacas podría ser la causa de que Popeye no necesitara gafas.

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