Cuando los pacientes olvidados están en los países ricos
La resistencia a los antibióticos es otra cara de un modelo de innovación farmacéutica roto
Les hemos hablado en este blog del efecto de las normas de la propiedad intelectual sobre el precio de los medicamentos. Una compañía farmacéutica se hace con la patente de un producto de éxito –como los tratamientos más recientes contra la hepatitis C- y exprime su control casi absoluto sobre los precios a costa de la mayor parte de los pacientes, incapaces de costearlos y cuyos países carecen de un sistema sanitario que pueda hacerlo.
Sin embargo, los problemas del modelo de innovación farmacéutica no se limitan a los medicamentos sujetos a patentes, ni tampoco a los pacientes de los países pobres. Aunque el término enfermedades olvidadas o desatendidas se ha utilizado hasta ahora para referirse a patologías del mundo en desarrollo como la malaria, el Chagas o la tuberculosis, las sociedades de los países ricos tienen un problema similar, derivado de un modelo enfermo de innovación farmacéutica: las bacterias multiresistentes a los antibióticos (resistencia antimicrobiana o AMR).
Un informe que hemos publicado esta semana en ISGlobal explica por qué tenemos un serio problema. Estos medicamentos esenciales en la lucha contra las infecciones y para garantizar la eficacia de otros tratamientos se enfrentan a la paradoja de ofrecer beneficios económicos escasos o impredecibles a las compañías que los producen. La dificultad para adelantarse a una resistencia y la limitada población que se beneficiaría de nuevas terapias contra ella, así como la corta duración de los tratamientos antibióticos, constituyen obstáculos claves en este sentido, lo que limita mucho el interés del sector privado por producirlos.
No es un asunto menor. Se calcula que al menos 700.000 personas mueren cada año en el mundo como consecuencia de este fenómeno. Pero el problema podría alcanzar proporciones epidémicas en las próximas décadas. De acuerdo con uno de los estudios que citamos en la nota (pdf), en el año 2050 se podrían alcanzar los 10 millones de muertes atribuibles a la AMR, superando las muertes por cáncer y con un coste acumulado de 100.000 millones de dólares.
La respuesta a este reto pasa en parte por un mejor uso de los antibióticos actuales, un desafío que exige mejores prácticas por parte de pacientes y profesionales sanitarios, introducción de test rápidos que hagan los diagnósticos más precisos o medidas para regular el uso de antibióticos en la alimentación de ganado.
Pero difícilmente sortearemos la necesidad de producir nuevos antibióticos que compensen las limitaciones de los actuales. Y ahí es donde encallamos. Si entre los años treinta y setenta se descubrieron 11 nuevas clases de antibióticos, desde entonces hasta ahora solo se han descubierto dos. En la actualidad, a pesar de la urgencia por obtener nuevos tratamientos, menos de cinco de las 50 mayores farmacéuticas tienen en marcha proyectos para desarrollar nuevos antibióticos. De hecho, en 2014 por cada antibiótico en desarrollo las compañías tenían en el pipeline 16 productos oncológicos.
Las razones de esta fotografía inquietante hay que buscarlas en el escaso atractivo financiero de este mercado. Aunque los 40.000 millones de dólares anuales de beneficios que generan los antibióticos pueden parecer mucho, esto es lo que se obtiene de uno solo de los tratamientos más rentables contra el cáncer. Y eso nos hace ser pesimistas sobre la continuación del status quo. Las alarmas ya han alcanzado a algunos de los gobiernos más influyentes del planeta, como el alemán, que ha decidido incluir este asunto en las agendas de las reuniones del G7 y G20 este año.
Pero necesitamos mucho más: el tipo de inversión pública, transparencia, protección legal e incentivos institucionales que solo puede ofrecer una reforma en profundidad del sistema de innovación farmacéutica. De hecho, podemos aprovechar para abrir un debate necesario. La resistencia antimicrobiana no es menos alarmante que otras enfermedades desatendidas. La diferencia es que –como en el caso de la hepatitis C y pronto del cáncer y otras patologías de los países desarrollados- ahora nos ha tocado a nosotros.
Un informe que hemos publicado esta semana en ISGlobal explica por qué tenemos un serio problema. Estos medicamentos esenciales en la lucha contra las infecciones y para garantizar la eficacia de otros tratamientos se enfrentan a la paradoja de ofrecer beneficios económicos escasos o impredecibles a las compañías que los producen. La dificultad para adelantarse a una resistencia y la limitada población que se beneficiaría de nuevas terapias contra ella, así como la corta duración de los tratamientos antibióticos, constituyen obstáculos claves en este sentido, lo que limita mucho el interés del sector privado por producirlos.
No es un asunto menor. Se calcula que al menos 700.000 personas mueren cada año en el mundo como consecuencia de este fenómeno. Pero el problema podría alcanzar proporciones epidémicas en las próximas décadas. De acuerdo con uno de los estudios que citamos en la nota (pdf), en el año 2050 se podrían alcanzar los 10 millones de muertes atribuibles a la AMR, superando las muertes por cáncer y con un coste acumulado de 100.000 millones de dólares.
La respuesta a este reto pasa en parte por un mejor uso de los antibióticos actuales, un desafío que exige mejores prácticas por parte de pacientes y profesionales sanitarios, introducción de test rápidos que hagan los diagnósticos más precisos o medidas para regular el uso de antibióticos en la alimentación de ganado.
Pero difícilmente sortearemos la necesidad de producir nuevos antibióticos que compensen las limitaciones de los actuales. Y ahí es donde encallamos. Si entre los años treinta y setenta se descubrieron 11 nuevas clases de antibióticos, desde entonces hasta ahora solo se han descubierto dos. En la actualidad, a pesar de la urgencia por obtener nuevos tratamientos, menos de cinco de las 50 mayores farmacéuticas tienen en marcha proyectos para desarrollar nuevos antibióticos. De hecho, en 2014 por cada antibiótico en desarrollo las compañías tenían en el pipeline 16 productos oncológicos.
Las razones de esta fotografía inquietante hay que buscarlas en el escaso atractivo financiero de este mercado. Aunque los 40.000 millones de dólares anuales de beneficios que generan los antibióticos pueden parecer mucho, esto es lo que se obtiene de uno solo de los tratamientos más rentables contra el cáncer. Y eso nos hace ser pesimistas sobre la continuación del status quo. Las alarmas ya han alcanzado a algunos de los gobiernos más influyentes del planeta, como el alemán, que ha decidido incluir este asunto en las agendas de las reuniones del G7 y G20 este año.
Pero necesitamos mucho más: el tipo de inversión pública, transparencia, protección legal e incentivos institucionales que solo puede ofrecer una reforma en profundidad del sistema de innovación farmacéutica. De hecho, podemos aprovechar para abrir un debate necesario. La resistencia antimicrobiana no es menos alarmante que otras enfermedades desatendidas. La diferencia es que –como en el caso de la hepatitis C y pronto del cáncer y otras patologías de los países desarrollados- ahora nos ha tocado a nosotros.
Los antibióticos como síntoma
La iniciativa de resistencias antimicrobianas del Instituto de Salud Global ha puesto a disposición de la comunidad científica y del público en general toda la información necesaria para entender este grave problema. Su propósito es alertar sobre las consecuencias a medio y largo plazo y adelantarse a ellas ahora que es posible.
Pueden encontrar también en la web de ISGlobal la serie de trabajos que hemos hecho sobre la reforma del modelo de innovación y acceso a medicamentos esenciales. También encontrarán propuestas en la página de la campaña No es Sano, en la que participa ISGlobal.
Pueden encontrar también en la web de ISGlobal la serie de trabajos que hemos hecho sobre la reforma del modelo de innovación y acceso a medicamentos esenciales. También encontrarán propuestas en la página de la campaña No es Sano, en la que participa ISGlobal.
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