Desde la obtención del primer bebé llamado “de probeta”, Louis Brown en 1978 en Inglaterra, la fertilización asistida y su principal técnica la fertilización In vitro (FIV) se han convertido en una práctica médica común para tratar de resolver el problema de infertilidad de muchas parejas. Aunque por un lado es un avance biotecnológico, por otro lado la técnica ha mostrado muchas efectos negativos tanto al embrión como en la mujer.
El primer problema es su bajo porcentaje de éxito. Sólo el 20% de las parejas que se someten a la técnica logran procrear un hijo y para lograrlo hace falta sacrificar muchos embriones. Si consideramos que sólo uno de cada cuatro matrimonios que se somete a la FIV tiene éxito y que para cada matrimonio se producen de 10 a 12 embriones, esto significa que se sacrifican entre 40 y 50 embriones para obtener un bebé nacido.
Pero el problema más grave es el alto porcentaje de bebés con enfermedades congénitas. Se ha demostrado que mientras los bebés nacidos por vía natural presentan un 5% de enfermedades congénitas durante el primer año de vida, los nacidos por FIV tienen casi el doble, esto es entre 8 y 10% de enfermedades graves: lesiones cardiacas, malformaciones craneales, etc.


La FIV además tiene efectos indeseables importantes sobre la mujer. A fin de obtener óvulos se inyectan altos niveles de hormona gonadotropina coriónica, con efectos secundarios graves: sobrepeso importante, daño renal, llegando hasta coma hepático e incluso la muerte por ésta. Los embriones implantados por FIV causan cerca del triple de embarazos ectópicos que los obtenidos por vía natural. Frecuentemente se producen embarazos múltiples: gemelos o triates los cuales llevan alto riesgo materno y problemas como prematurez y bajo peso al nacimiento del bebé.
Otra problema grave de esta técnica es el congelamiento de embriones. Como se producen de 10 a 12 embriones por pareja muchas veces no se utilizan todos ellos, el resto se almacenan congelados en nitrógeno líquido. Se calcula que a nivel mundial hay alrededor de cuatro millones de embriones congelados y tan sólo en nuestro país unos 150,000. El destino de estos embriones, llamados “sobrantes”, no es nada bueno: la  mayoría se mantienen congelados durante cinco años, tiempo en que ya tienen muy baja probabilidad de sobrevivir, muchos son olvidados por sus padres (embriones “huérfanos”) finalmente la mayoría se creman o algunos se utilizan en experimentación.
Otro inconveniente es cuando el donador de esperma no es el propio padre, la ley exige mantener el anonimato del donador. Este anonimato es causa de que haya donadores con decenas y hasta centenas de hijos, y se han demostrado varios casos de matrimonio entre medios hermanos de donadores. El anonimato es además contrario al derecho de cualquier persona a conocer a sus padres.
A pesar de todos estos efectos indeseables y altos riesgos de la FIV, los médicos ni siquiera informan de estos problemas a sus pacientes. Y por si fuera poco en México no se han regulado legalmente estas técnicas para proteger a las familias de todas estas inclemencias. El mismo Dr. Robert Edwards, al recibir el Premio Nobel el año 2010 por sus trabajos pioneros en la FIV, criticó el pobre avance y sus efectos secundarios de la técnica que no se han superado.
Una alternativa a la acumulación de embriones congelados es congelar óvulos maternos, sobretodo tiene la ventaja de almacenar óvulos no conlleva los problemas bioéticos de congelar seres humanos. La técnica de congelamiento de óvulos obtiene resultados comparables a la FIV. Otra solución sería prohibir la congelación de embriones, como de hecho se hace en Alemania e Italia, donde la ley exige producir sólo los embriones que se van a implantar en ese momento, evitando así embriones “sobrantes”.
Existen ya tratamientos de infertilidad mucho menos riesgosos y con mayor éxito que la FIV. Concretamente las técnicas de Procreación natural (Natural Procreating, o NaPro Technology) tienen mayor efectividad, no tienen efectos secundarios sobre el bebé ni la mamá y además tienen efectos positivos como el diagnóstico y tratamiento de enfermedades subyacentes a la infertilidad. Aunque en nuestro país comienza apenas a implementarse la tecnología NaPro, en países como Polonia y Estados Unidos tienen ya un uso muy extendido.