Fuente: revistaeidon.es
Andrés Cervantes
Profesor Titular de Medicina de la Universidad de
Valencia. Jefe de sección de Oncología Médica. Instituto de
Investigación Sanitaria INCLIVA
Un buen médico debe hacer progresar a la Medicina,
desarrollándola hacia un mejor discernimiento y a una aplicabilidad más
específica y concreta. Y en ese proceso de investigación hace falta el
trabajo en equipo, integración multidisciplinar y, como no, pasión
compartida. Y también recursos porque, aunque parezca cara, más lo es la
ignorancia, como diría Aristóteles.
La
Medicina se generó, tal y como hoy la conocemos, hace más de dos mil
quinientos años en la antigua Grecia, para aliviar el sufrimiento de los
seres humanos. Desde su origen, la Medicina sirve a dos necesidades
estrechamente unidas: la de conocer y la de servir. Interpretar el hecho
de enfermar a la luz del saber de cada momento histórico ha sido un
desafío constante para este oficio, que cabalga entre la ciencia y la
práctica aplicada, y que se apoya en la reflexión, el estudio, la
observación y la toma de decisiones en lo que puede ser lo más apropiado
para un individuo enfermo. La Medicina ha seguido creciendo
paralelamente al conocimiento desarrollado por otras disciplinas
científicas y su desarrollo se acerca en cada momento al saber global,
tanto en las tecnologías de nuevo desarrollo, como en las ciencias
humanas y sociales.
Pero es quizá en nuestros días, cuando la inmensa e
inabarcable cantidad y diversidad de hallazgos y conocimientos hace más
difícil y compleja su incorporación a los valores del médico como
profesional y a las decisiones en el ámbito de la clínica. Desde el
descubrimiento de la doble estructura helicoidal del ADN, hace tan sólo
algo más de cincuenta años, la Biología ha pasado de ser una disciplina
esencialmente especulativa, a sufrir un cambio sólo comparable al que la
Física experimentó primero con Newton, y más tarde con Einstein.
Además, la velocidad vertiginosa con la que los avances tecnológicos nos
permiten analizar alteraciones genéticas y moleculares añaden una
incertidumbre justificada sobre cómo todos estos avances se han de
incorporar al quehacer cotidiano de la clínica. Valga como ejemplo, el
hecho de que más de ochocientos fármacos antitumorales están en fase de
desarrollo clínico. Tal fenómeno no tiene precedentes en la historia
reciente de la Oncología.
Este vértigo alcanza todas las áreas de la Medicina. En los últimos diez años, según el Institute of Medicine (IOM) de Washington
se han publicado más de veinticinco mil ensayos clínicos aleatorizados
en diferentes disciplinas clínicas. Recibir esta información, adaptarla e
integrarla a las necesidades de cada sociedad y a la situación
particular del sistema sanitario de cada país, supone un esfuerzo
extraordinario. De ahí la necesidad de elaborar guías clínicas
actualizadas y de buena calidad que ayuden a tomar la decisión adecuada
para el paciente adecuado y en el momento adecuado. La
diseminación de la información a través de los canales de comunicación
más eficientes entre profesionales de la Medicina, pacientes y agencias
sanitarias es otro punto esencial y complejo de nuestro sistema.
No es infrecuente que los gestores de la sanidad
pública aprecien en los avances e incluso en los esfuerzos por mejorar
tantas situaciones en los que la oferta terapéutica es limitada o
insuficiente, una amenaza a la sostenibilidad del sistema y a su
financiación. Es obvio que investigar como actividad programada e
integrada en la sanidad pública requiere recursos y por tanto, una
planificación estratégica, eficiente a medio y largo plazo, pero a la
vez generosa. En una situación de recortes generalizados, la
investigación y la ciencia van a sufrir más que otras estructuras
sociales, como las bancarias y las financieras. Por ello es
particularmente importante ahondar en los principios sobre los que se
fundamenta el papel de la investigación en la clínica, y más
concretamente, cómo se debería entender en un sistema sanitario público.
La
investigación es un proceso que va desde la elaboración de una
hipótesis, la génesis de unas variables, la selección de una población
donde dichas variables serán medidas y el contraste de la hipótesis para
verificarla. El hecho investigador está inherentemente relacionado con
la actividad clínica. Ante cada paciente y ante cada proceso patológico,
el médico ha de reconocer las limitaciones que tienen el diagnóstico o
la terapia y plantear las cuestiones a resolver para comprender mejor y
solucionar el problema de la manera más eficaz. La investigación
requiere la excelencia en la clínica y al mismo tiempo, una pasión por
descubrir, por conocer y por mejorar. Un médico descuidado o irreflexivo
no puede ser un buen investigador. Un buen médico ha de explorar en su
diario quehacer qué ha de modificar para ser más eficiente y más
verdadero. Debe tener en cuenta que su día a día ha de hacer progresar a
la Medicina, desarrollándola hacia un mejor discernimiento y a una
aplicabilidad más específica y concreta. La investigación en la clínica
requiere trabajo en equipo, integración multidisciplinar y, como no,
pasión compartida. Para ello se precisa dedicación, perseverancia,
atención a los detalles y sentido de la comunicación.
La investigación dignifica aún más a la clínica. La
hace trascender de un hecho concreto, de las necesidades momentáneas del
paciente e incluso del saber circunstancial del médico. La eleva sobre
la rutina a rango de pregunta o de búsqueda. Indaga en el porqué de los
hechos. Establece relaciones entre observaciones de fenómenos similares y
estimula el interés por la actividad asistencial. Es un gesto
inconformista que rechaza las limitaciones del hoy y tiende un puente
para mejorar el futuro. Es necesariamente creativa y a la vez crítica.
Potencia el carácter intelectual y desinteresado del acto médico. Se
rebela contra lo estable y alza el vuelo imaginando otras realidades por
descubrir. Refuerza el compromiso radical con el destino del ser humano
en el camino personal y único que todos elegimos. Estimula al médico en
su sentido de atención y observación. Nos hace más atentos para
observar lo que pasa, para interpretarlo en incluso para ampliar o
adaptar su aplicación.
Reforzar en los hospitales una gestión de excelencia
en la investigación y concitar aspectos clínicos y básicos de la misma
en una sola institución ha sido uno de los puntos fuertes del programa
de acreditación de los Institutos de Investigación Sanitaria del Instituto de Salud Carlos III.
Promover la formación de jóvenes médicos, que al final de su formación
como especialistas, puedan optar a una carrera como clínicos y
científicos es una de las piezas clave para el futuro. La
investigación generada por las instituciones sanitarias supone un valor
añadido extraordinario para el sistema nacional de salud. Un
sistema sanitario público de Salud ha de aspirar a la excelencia de la
atención clínica en todos sus niveles, desde la atención primaria hasta
la especializada, con un uso sostenible de los recursos. Sin embargo,
eso no será posible si no se pueden adaptar con fluidez las innovaciones
necesarias, o si los miembros de dicho sistema no pueden preguntarse
qué y cómo hacer para mejorar el futuro. Incrementando la masa crítica
de creadores, los clínicos e investigadores del futuro no se limitarán a
aplicar lo que otros inventan, sino que serán la garantía de que hay un
crecimiento racional, sostenible y necesario.
La
investigación puede ser cara y requiere recursos específicos para su
propio desarrollo, pero, siguiendo la respuesta de Aristóteles a un rico
ciudadano ateniense, que le reprochaba lo costosa que le resultaba la
educación de sus hijos, podremos decir más cara resulta siempre la
ignorancia
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