Fuente: blogs.lainformacion.com
En julio de 2008, treinta aniversario
del nacimiento de Louise Brown, la primera niña nacida por fecundación
in vitro (FIV), la revista Nature dedica un número especial a las
Técnicas de Reproducción Asistida (ART). Helen Pearson entrevista a
diversos pioneros del desarrollo de esta tecnología (Alan Trounson,
Miodrag Stojkovic, Scott Gelfand, etc.) acerca del impacto que en su
opinión tendrán en los próximos treinta años. Las respuestas sitúan el
proyecto en una clara línea de dominio tecnológico de la transmisión de
la vida, alejada cada vez más de la relación natural padres-hijo.
Según afirman los entrevistados se
pretende eliminar el límite natural del periodo de fertilidad femenina,
extendiéndolo en el tiempo, sobre la base de reprogramar células
somáticas a oocitos, o de crio conservar en bancos los gametos de las
jóvenes, de forma que puedan elegir cuándo ser madre.
Alguno afirma que se podrá conseguir la
clonación reproductiva que tiene como “único” problema la gran cantidad
de los óvulos que, hoy por hoy, serían imprescindibles para intentar
lograrlo, pero que el problema se solucionará produciendo los óvulos.
Otros profetizan que, paso a paso, se
logrará que el desarrollo se realice fuera de la mujer. Por una parte se
adelantará el tiempo en que el feto es viable fuera de la mujer que lo
gesta; actualmente a las 22 semanas de gestación es viable fuera del
seno materno. Por otra se pretende poder tener a los embriones generados
in vitro más tiempo en el laboratorio, por el sistema de mejorar un
biomaterial que permita la implantación y recibir los productos que de
forma natural la madre aporta.
Varios de ellos plantean que el
diagnóstico genético previo a la implantación (PGD), que se usa por
ahora para identificar alteraciones que generan enfermedades monogénicas
e identificar predisposición a otras enfermedades, se deberá ampliar
para generar niños de diseño. La cuestión, señalan, es que no se sabe
muy bien cuáles serán las preferencias de los que encarguen los
embriones por lo que no se dedica, de momento, mucho esfuerzo a escrutar
los embriones in vitro.
Sólo algunos de los entrevistados
señalan los problemas que sigue teniendo hoy la aplicación de las ART.
Así, refieren la necesidad de mejorar el proceso de la estimulación
ovárica para evitar las complicaciones que conlleva en algunas mujeres,
aunque con ello se generen menos embriones. Al mismo tiempo el
tratamiento hormonal resulta caro y habría que avanzar en el empleo de
fármacos de bajo coste. Se discute ya la conveniencia, en la edad de la
globalización, de emplear intervenciones de bajo coste económico para
tratar la infertilidad en países de pocos recursos económicos en los que
se aplican los programas de control de la natalidad. Se trata de
convertir la reproducción artificial en un derecho reproductivo, al
mismo tiempo que el aborto y la anticoncepción.
Alguno muestra dudas sobre la seguridad
de los procedimientos por el hecho de que cada vez es más claro el
efecto negativo sobre la salud de los niños. De algunas anormalidades
como el Síndrome Beckwith Wiedemann hay evidencia de que es más
frecuente en niños producidos por FIV que en los engendrados de forma
natural, afirman. Ahora bien, como la causa no está clara –se duda de si
es la inmadurez de los gametos o el cultivo del embrión- no les
preocupa demasiado y no se plantean analizar con firmeza la alarma
existente ya entre pediatras y reflexionar.
Toda esta investigación se lleva a cabo
desde el inicio directamente sobre los embriones sin una experimentación
previa en animales, y con carácter prospectivo; de forma que si algún
aspecto de uno de los protocolos es erróneo o mejorable, se sabe
analizando los resultados de lo que ha pasado a lo largo de los años en
múltiples centros. Esto plantea una manipulación que no busca un posible
beneficio del embrión sujeto de la experimentación, sino la eficacia de
lograr un embarazo.
Aunque algunas de las profecías como la
clonación reproductiva o la gestación artificial parecen hoy ciencia
ficción, es muy significativo que se publiquen, máximo en la revista
Nature de mítico prestigio. El planteamiento ha sobrepasado la
justificación inicial con carácter provisional de paliar la esterilidad,
sin curarla, mientras no se dispusiera de terapias adecuadas. Y la
solución de emergencia a la esterilidad ha creado la falsa expectativa
de que toda persona, y en cualquier situación, puede reclamar un hijo
sano y perfecto, en una sociedad que quiere entrar en la era de la
genética personalizada. Las técnicas deben, por tanto, permitir a los
progenitores hacer una elección de las características que desean para
el hijo, incluyendo la selección eugenésica y la selección en pro de
terceros.
En la cultura contemporánea la FIV se
presenta como una conquista que permite saltarse las leyes y los limites
naturales de la transmisión de la vida, superando de este modo el
conflicto de dos derechos. El derecho del hijo a su origen en el
engendrar de sus padres, con el carácter azaroso y libre de una biología
no programada y no manipulada, y el supuesto derecho de todo varón o
mujer a un hijo biológico.
Estamos inmersos cultural e
ideológicamente en un proyecto de programación de la transmisión de la
vida humana. De tal forma, que la percepción social de que existe un
derecho natural al hijo hace crecer la percepción de un supuesto e
imperioso deber de los profesionales de la salud de hacerlo posible
mediante cualquier tipo de intervención.
Una toma de poder sobre quien puede
venir al mundo y quien no, y paulatinamente sobre quién puede ser padre o
madre biológica. Hoy ya se ponen condiciones para que una mujer pueda
ser madre biológica, esto es, que sean sus óvulos los fecundados: se
excluyen de los programas a las obesas o a las que su edad dificulta la
fecundación de sus óvulos.
A pesar de las alarmas reales –salud de
los niños nacidos por la aplicación de estas técnicas- y la selección
eugenésica practicada actualmente mediante el diagnóstico genético
previo a la implantación, estamos en la línea de una programación de la
humanidad del tipo que Aldous Huxley describió, en «Un mundo feliz». Un mundo en el que los hombres se confeccionan en una fábrica en la que se determinaban a «amar lo que uno tiene que hacer»; así los programadores conseguían que lo que «el hombre – el director de la granja de hombres que decidía que tenían que hacer -ha unido, la naturaleza no pueda separarlo».
Nos toca la hermosa tarea de mostrar
cómo la naturaleza es insuperablemente buena y bella por verdadera. La
naturaleza cuida la relación paterno-filial sin la que la vida no habría
permanecido en la Tierra. Los sucedáneos no superan nunca lo
originario.
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