miércoles, 9 de marzo de 2011

HACIA LA DIGNIDAD DE LA MUERTE

 FUENTE: Diariomedico.com
La vida humana tiene un valor intrínseco, nada se ofrece a nuestra consideración ni traspone nuestro sentir requiriendo con más fuerza nuestra advertencia. Cuando se habla de muerte, aun la más digna, de eutanasia y aun de testamento vital, de seguro se nos agudiza el hilo de la sensibilidad. Mediando intervención médica, no nos desprendemos de la cavilación o la duda, de la animación o la confianza del supremo asentimiento o de la sospecha entreverada. Entretanto nos aquejará el lastre de la incertidumbre. "Hay que decir que el sufrimiento es compañero inseparable en la vida humana, tanto en su vertiente física como en la espiritual. Es nuestra actitud ante el sufrimiento la que nos puede amargar o bien nos puede hacer más humanos. Una de las más grandes aportaciones del cristianismo es haber dado sentido al sufrimiento" (Rafael Ruiz).
Las comunidades autónomas alertan intentos normativos sobres estas materias, particularmente cuidados paliativos y previsiones en orden a la práctica de una muerte libre de tensiones, agobios y sufrimientos desaforados -muerte digna se le llama-, lo que lleva a la promulgación de una legislación de dimensión estatal al objeto de hacer pariguales los derechos de todos los ciudadanos, y sobre todo "para dar seguridad a los profesionales que han de prestar los mejores tratamientos en los últimos días de vida respetando la voluntad de pacientes y familiares".
  • El Gobierno socialista trata de remover las aguas, relativamente tranquilas, en cuanto a la instauración de un nuevo orden afectante a la terminalidad de la vida
El debate no se entiende agotado con ello, lo que hace presumir que late una voluntad soterrada de llegar más lejos. Profesionales por la Ética ha entendido abrirse barra libre para poner fin a la vida de los más débiles. La muerte digna podría ser un eufemismo encubridor de una postrer institucionalización de la eutanasia. Por su parte, desde la Asociación Nacional para la Objeción de Conciencia aseguran que los médicos no quieren esa ley, pues como ya ocurre con el ensayo andaluz, "les arrebata el derecho a objetar y porque dará un golpe de gracia a la relación médico-paciente y llevaría a una medicina aún más defensiva" (G. Sanz).
El Gobierno socialista trata de remover las aguas, relativamente tranquilas, en cuanto a la instauración de un nuevo orden afectante a las medidas más oportunas adoptables ante la presumible terminalidad de la vida y en aras de que el tránsito hacia la muerte se opere de la forma más cómoda y benigna. No está claro si se pretende el logro de una holgura hegemónica del médico, conjuradora de acusaciones y responsabilidades (recuérdese el caso del Dr. Montes, en Leganés) o de crear un espacio dislocado y ambiguo para dar paso a la muerte en desmedido afán liberador de cualquier atisbo o padecimiento. Para Iglesias, secretario de Organización del PSOE, la ley que va a aprobar el Gobierno "no es de eutanasia" y por eso prevé que será "más fácil" el trámite parlamentario para su aprobación. Se anuncia un proyecto de "Ley de Cuidados Paliativos y de Muerte Digna" de nuevo cuño, advirtiéndose, por vía aclaratoria, no tratarse de una ley de eutanasia. Pese a semejante cautela semántica, no son pocos los profesionales que creen adivinar en el intento un propósito aperturista, flexibilizando los rigores de la fase terminal. En lugar de denominarla muerte digna, podría ser una ley de vida digna "hasta el final", advierte Carlos Centeno, responsable de Cuidados Paliativos de la Clínica Universitaria de Navarra. En principio, no deja de merecer aprobación esa aureola de favorecimiento y mejora de aludidos cuidados paliativos en que parecer resolverse la decisión de partida del legislador. No obstante, y a la vista de la realidad asistencial de que se goza, más bien se perfila una subyacente y perseverante movilización ideológica que una respuesta de necesaria consolidación y perfeccionamiento en la asistencia paliativa. La experiencia con pacientes en fase terminal de la vida es la excepcionalidad en lo tocante a una solicitud de muerte.
  • No está claro si lo que se pretende es el logro de una holgura hegemónica del médico o de crear un espacio ambiguo para dar paso a la muerte en desmedido afán liberador de cualquier padecimiento
Una débil línea divisoria
Inevitablemente abrir la puerta a la reflexión sobre la "muerte digna" conlleva, aunque sea de soslayo, el discurrir, de mayor o menor radio, sobre la pendencia del vivir humano. Si el hombre ha de contar con un derecho a la vida y a la postre con un derecho a la muerte, la línea definidora del indicado sendero se nos ofrecerá de ordinario polémica o imprecisa. Que exista una frontera admonitiva, indicadora del punto en que la gestión médica y la cooperación del paciente han de suspenderse, no ofrece duda. Es una luz débil, casi imperceptible, que la sensibilidad del enfermo y la suspicacia y humanidad del facultativo están llamadas a detectar. Es muy difícil adivinar el discurrir de la línea divisoria fuera de cualquier cálculo matemático. La víctima se debatirá entre su quebrado instinto de supremacía y el intenso clamor de partida que, indefectiblemente, apremia su conciencia. El médico advierte que expira la razón de su vigencia asistencial, pero se sabe deontológicamente obligado hasta un límite que está llamado a describir. "Lo que importa -afirma R. Retana Iza- es poder establecer el punto de no retorno, aquél en el que empieza el más allá, aunque el camino a recorrer se prolonga a veces sorpresivamente, en el tiempo. Sólo entonces el hombre adquiere su derecho a mirar y a dejar morir". Por lo general, el enfermo no anda atemorizado ante la proximidad de la muerte. Su intranquilidad proviene de la incógnita planteada ante lo que pueda sobrevenir después de ella.

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