DR. JORGE FUENTES AGUIRRE
Ayer jueves participé en una teleconferencia médica con
altos científicos de nivel internacional con sede en la ciudad de
Boston, en la que se habló de los avances en ingeniería cromosómica,
manipulación genética y los dilemas bioéticos que plantean tales
adelantos. Entre los catorce investigadores que intervenimos, estaba mi
compañero de postgrado en Estados Unidos, el Dr. Kart VanderHoffen,
famoso por su contribución al descubrimiento del genoma humano. Había,
por supuesto, como en todo evento científico, dos bandos de pensadores:
el de los agnósticos, para quienes sólo es válido lo demostrable por la
ciencia, y el de los humanistas, que buscamos la verdad apoyados en la
ciencia, pero también en Dios.
Para quienes defendemos la vida humana las conclusiones
nos dejaron una inconformidad ética que nuestros "progresistas" colegas
menospreciaron. Ellos alardean los avances técnicos que les habilita
modelar células de origen con un patrón genético al gusto del
científico. Yo me permití opinar en tal foro internacional que me daba
la impresión de que los genetistas están jugando a ser Dios. Enzel
Svenden biólogo molecular de Praga, me contestó que no hay por qué meter
"al presunto Dios" en esto, porque "estamos hablando de realidades, no
de entelequias".
¿Quién tiene la razón en esta polémica de manipular o
no el genoma humano? Aquí no se trata de darle la razón al bando que
tenga la mitad de los votos más uno. Perderíamos los bioéticos, porque
los científicos que propugnan por la formación de vida artificial al
arbitrio son muchos más. Viene al caso aquel verso de "Llegaron los
sarracenos / y nos molieron a palos / que Dios protege a los malos /
cuando son más que los buenos".
Pero es que ni siquiera se trata de los buenos y de los
malos. La cuestión es mucho más de fondo como para dirimirse en lo
ligero, porque toca la esencia de lo humano. La cuestión está en quién
tiene la verdad. Y no me refiero a la verdad científica, que esa es una
verdad de superficie, sino a la verdad ética, que es muy distinta por
contener carga de profundidad.
Un teólogo del Instituto Gemelli, el Dr. Ennio Falvio,
adujo en la teleconferencia que "Dios está inmerso en el proceso de la
fecundación". Es cierto: el proceso de unión del óvulo con el
espermatozoide es evento biológico. Pero la unión de hombre y mujer que
da lugar a tal fecundación no es evento de la biología: es un acto de
amor. Es un acto de entrega mutua que se da en el ámbito de lo humano.
La materia biológica es efímera y transitoria. El amor que la hace
surgir es perdurable y eterno.
Científicos brillantes han producido inventos y
descubrimientos geniales que luego han sido sobrepasados. Metchnickof
descubrió la célula, descubrimiento ya superado hasta la manipulación
cromosómica y la ingeniería genética, en este debate moderno. Pero el
amor ha sido siempre y siempre seguirá. El Verbo de Amor se hace carne
de hombre. Por eso, preservar la vida como Dios la creó, es valor muy
elevado sobre la ciencia que quiere hacer modificaciones a los códigos
íntimos de la biología humana.
En el pasado Congreso de Ingeniería Genética en Dallas,
nos presentaron el embrión de probeta, y no dejó de parecerme un
artificio con apariencia humanoide. También he mirado, por laparoscopía,
el embrión en gestación dentro del vientre materno. Más que mirado, lo
he admirado recordando el canto que el Salmista elevó a Dios admirándose
a sí mismo como creación de Dios a quien alaba proclamando: ¡Soy un
prodigio de tus manos, Señor. Me has tejido en el vientre de mi madre.
Te doy gracias por tantas maravillas!
Pero…. ¡triste pero!, ante ese portento de Creación de
Dios y la evidencia de su menosprecio a manos del progreso de la
ciencia, yo me pregunto: ¿Cuántas amenazas nos esperan con la
manipulación cromosómica y la Ingeniería Genética? Si tiene la tendencia
de ser sometido a las hechuras caprichosas del hombre, estamos ante un
ataque frontal a la bioética reproductiva. Los biólogos moleculares, los
genetistas y sus aliados, andan entrometiéndose en los designios del
Creador; corrigiéndole la plana. Por eso opiné ante ellos en este
Congreso con un enunciado que a ellos no les gustó, pero que algunos de
ideología humanista aplaudieron. Dije: "Me parece que algunos de ustedes
están jugando a ser Dios".
Asomándonos a la realidad desde nuestra condición
humana, nos percibimos como personas que hemos recibido del Creador el
don de la existencia para dar testimonio del Evangelio de la Vida. Para
promover el bien entre nuestros semejantes. No para incurrir, como lo
dije, en esto de "jugar a ser Dios".
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