IDEAS BIOÉTICAS EN LA ENSAYÍSTICA HISPANOAMERICANA
Fuente: Bioetica y Debate
Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia
La cultura literaria hispana ha sido prolífica en el caso del género
del ensayo. En algunas regiones más que en otras, pero, en todo caso,
hay una producción conspicua a este respecto. Cosa curiosa, los propios
hispanos no somos muy conscientes de esto, incluso dentro del ámbito
académico, por lo que han solido ser intelectuales e investigadores de
otras culturas quienes han tenido que decirnos lo que de valía hay en
nuestra historia literaria. Para el caso, John Skirius, estadounidense,
entre otros, ha investigado lo que es el ensayo hispanoamericano del
siglo XX y, por supuesto, ha encontrado muchas gemas preciosas. Y
conviene que no perdamos de vista estas gemas, estos silmarils, puesto
que ahí figuran no pocos ensayos con una temática de semblante bioético
patente, aun con anterioridad a las ideas seminales de Van Rensselaer
Potter en la década de 1960. En otras palabras, encontramos pensadores y
escritores hispanos que se ocuparon de problemas tales como la
deforestación, la desertificación, la erosión, el agotamiento de las
fuentes de agua, la contaminación, la desaparición de especies animales y
vegetales, y así por el estilo. Pero, por desgracia, no fue raro el
hecho que sus voces no tuvieran escucha. Más todavía, no faltaron los
episodios de persecución, lo cual significa que de nada le ha servido al
mundo hispano contar con la reflexión de guías al haber decidido no
pensar. Esto es irónico en extremo, habida cuenta que nuestros
pensadores advirtieron a tiempo todas las calamidades actuales. Pero, el
mundo hispano siempre ha sido tierra de exilios, no una tierra de
avanzada científica y ética stricto sensu.
De otro lado, hacia
los últimos años, han visto la luz obras lúcidas que tratan de lo
bueno, lo malo y lo feo de la cultura académica hispana. Entre los
autores correspondientes, señalemos a Marcelino Cereijido y Heinz
Dieterich, desde México; a Guillermo Jaim Etcheverry y Roberto Follari,
desde Argentina; a Mario Bunge, desde Canadá; y a Jorge Wagensberg y
Carlos Elías, desde España. Señalemos que es un tipo de literatura que
hacía bastante falta entre nosotros los hispanos, puesto que estaba
faltando una luz en medio de la oscuridad respectiva. Como quiera que
sea, es un tipo de literatura que sirve para que la academia
hispanoamericana se cure de su tonto narcisismo. En fin, considero que
cabe resumir lo esencial de las tesis de estos autores como sigue: (1)
los hispanos carecemos de ciencia y, si la tuviésemos, no sabríamos qué
hacer con ella, pues, no vamos más allá de un feudalismo de alta
tecnología; (2) por tanto, nuestros países son países con investigación,
pero sin ciencia; además, (3) los universitarios hispanos son
esquizoides, su falta de sintonía con la realidad salta a la vista. Esto
quiere decir que, al no comprender a cabalidad la cultura de la
ciencia, los países hispanoparlantes adolecen de un hándicap para
entender con propiedad el universo e implicaciones de la bioética
global. Para colmo de males, estos países no han consolidado una
tradición filosófica propia, cuestión advertida, cuando menos, desde los
días de José Ortega y Gasset. Y, sin tradición filosófica propia, estos
países nuestros no irán más allá de una mixtura entre la bioética
anglosajona y la de Europa continental en el mejor de los casos.
Sin más ambages, pasemos a varios ejemplos representativos de
pensamiento de factura bioética en la ensayística hispanoamericana. Para
ello, comencemos con la compilación de John Skirius. Eso sí, conviene
ir con cuidado, puesto que no faltan los ensayistas que se han prestado a
hacerle el juego al capitalismo neoliberal, depredador del ambiente y
aniquilador de la dignidad humana como el que más. Acerca de los
intelectuales hispanoamericanos así postrados, Heinz Dieterich y Alfonso
Sastre nos advierten con la debida propiedad.
Comencemos con
Ezequiel Martínez Estrada, argentino. En Patología de la cultura, ensayo
de 1971, está este fragmento relevante para lo que aquí nos ocupa:
“Entre las causas influyentes en esa forma nihilista o deshumanizada que
la cultura ha sufrido, cuéntase el poderío del Estado en las naciones
de alto desarrollo tecnológico. Lo admiten Nietzsche, Spengler, Freud,
Toynbee, Spranger y Malinowski. Ese poderío, llámesele capitalismo o
taylorización de las actividades humanas, va progresivamente cancelando
los valores humanísticos y sometiéndolos a servidumbre de intereses
económicos. La nueva esclavitud del hombre de las grandes metrópolis se
realiza por su inteligencia y sensibilidad, y en este sentido el
“primitivo” es todavía un espécimen sin enajenar a las obligaciones que
impone la sociedad-termitera de las naciones superdesarrolladas”. Como
se ve, es una crítica contundente a la sociedad industrial y su
proverbial deshumanización, que nos recuerda los análisis lúcidos de
Iván Illich por la misma época.
Un segundo ejemplo lo tenemos
en el colombiano Germán Arciniegas. En su ensayo titulado El automóvil,
de 1931, aparece este fragmento clave: “No ha aparecido nada en el mundo
que haya quebrantado de tal suerte la moral: la moral de los de arriba,
y la moral de los de en medio. La juventud se tiró al fondo del
motorismo, como las mujeres que se pierden. En todo el mundo, en todas
las latitudes. En los Estados Unidos el caso fue y es terrible. Los
gangs, los contrabandistas, los burladores de la ley, Al Capone,
Diamond, todos van pasando en sus automóviles. El automóvil ha sido el
vehículo insuperable para burlarse de la ley, para asaltar los bancos,
para robarse los niños ricos, para huir, para asaltar, para
atrincherarse. Cuando apareció el cinematógrafo todo el mundo pensó:
ahora sí van a perfeccionarse los rateros. Pero el cinematógrafo no
alcanzó a crear una entidad nueva en el derecho penal. El automóvil ya
la ha creado. El cinematógrafo ha sido una gran escuela del crimen, pero
a través del automóvil”. ¿Qué hubiera dicho Arciniegas a propósito de
las novísimas tecnologías de la información y la comunicación de hoy
día, amén de los nuevos medios de transporte? ¿Y qué del impacto del
automóvil sobre el cambio climático actual? Lástima que el buen viejo
haya fallecido.
Sigamos con el venezolano Arturo Uslar Pietri.
En El progreso suicida, de 1971, fustiga como sigue: “Podemos llegar a
ser poderosos y altamente productivos pero hasta ahora lo ha sido al
precio de una desconsiderada y pavorosa destrucción de las condiciones
ambientales que han hecho la vida posible. (…) Es como si nuestro
progreso se hiciera al precio de la destrucción de la naturaleza y del
ambiente, que es lo mismo que decir la autodestrucción del hombre”. En
fin, parecen palabras escritas para el momento actual, si bien Uslar
Pietri, paradójicamente, figura en la enumeración reciente de Dieterich
de intelectuales latinoamericanos alineados con el capitalismo
postmoderno.
Un cuarto ejemplo lo da el argentino Enrique
Anderson Imbert. En Tecnología y democracia, de 1972, aparece este
fragmento llamativo: “Sólo la conciencia política puede indicar cómo
controlar la ciencia y la técnica. O, dicho de otro modo, quienes las
controlen deberán ser políticos con conciencia. La tecnología no es
autónoma: depende de la sociedad en su conjunto. Hay que examinarla y
corregirla a la luz de los valores, y cuando se piensa en el bienestar
social el valor supremo es la justicia. No se trata de que expertos y
administradores se arroguen la capacidad de adquirir y analizar la
información técnica necesaria para tomar decisiones eficaces; el pueblo
también tiene derecho a participar de ese conocimiento, intervenir en la
discusión de las soluciones propuestas y gobernar”. Como podemos
apreciar, estas palabras están muy por delante de nuestro tiempo.
Cabe encontrar más ejemplos en este sentido en la recopilación de
Skirius. En este orden de ideas, pasemos ahora a la selección hecha por
Jaime Jaramillo a propósito del ensayo en Antioquia, Colombia. En
primera instancia, señalemos un ensayo de Luis Guillermo Echeverri Abad,
anterior a 1963, año de su muerte: El éxodo campesino, en el que
trasluce la crítica al esquema de industrialización de las urbes
colombianas sin parar mientes en el bienestar de los campesinos. En
segundo lugar, Cayetano Betancur Campuzano, cuyo ensayo La universidad y
la responsabilidad intelectual, de 1955, ofrece una crítica a la
tecnocracia que no ha perdido su vigencia, crítica en la cual cabe
reconocer la influencia ejercida por José Ortega y Gasset en el
pensamiento de Cayetano. Luego, tenemos a Antonio Panesso Robledo con su
ensayo intitulado Pornografía: un lío insoluble, en el cual procura
poner los puntos sobre las íes en relación con el significado preciso
del vocablo “pornografía” y sus connotaciones morales. En relación con
las características de la técnica actual, Alfonso García Isaza brinda su
ensayo de título La velocidad, signo del presente, de 1970, de un tono
que nos recuerda las obras de Iván Illich asentadas sobre su concepto de
convivencialidad.
Sigamos. De Jorge Yarce, contamos con su
análisis de la crisis de la democracia liberal en La sociedad permisiva,
mientras que Jorge Orlando Melo analiza las posibles tendencias de
evolución de la sociedad colombiana en Las perspectivas de cambio futuro
en Colombia: mucho más de lo mismo, algunas cosas nuevas, ensayo de
1990. Por lo demás, aunque Jaime Jaramillo incluye a Fernando González
en su selección, es curioso que no haya elegido algún ensayo suyo de
semblante ético, como sí es el caso con la reedición de los ejemplares
de la revista Antioquia, fundada por González décadas antes del
surgimiento de la bioética moderna, reedición llevada a cabo por la
Universidad de Antioquia. Así mismo, llama la atención que la selección
de Jaramillo no haya incorporado alguna muestra de Estanislao Zuleta y
William Ospina, a quienes cabe considerar como hijo y nieto espirituales
de Fernando González. En esta óptica bioética, tanto Zuleta como Ospina
nos proporcionan muestras a granel en sus artículos y libros. En el
caso de Ospina, mencionemos dos de sus libros de ensayos: América
mestiza: El país del futuro y Los nuevos centros de la esfera. Es propio
de Ospina incluir entre sus temas de reflexión la problemática
inherente a las consecuencias del uso irresponsable de la tecnociencia
en el mundo actual. Vaya este fragmento a guisa de muestra: “El proceso
de la Revolución Tecnológica había generado desde comienzos de siglo –el
siglo XX- una extraña literatura, la ciencia ficción, que por un
momento pareció ser el despertar de las fantasías optimistas que
engendraban en la mente humana las maravillas de la técnica y las
bondades de la industria, pero que, rápidamente, se convirtió en un
alarmado laberinto de fantasías terribles sobre lo que producirían la
ciencia y la técnica utilizadas por la política en el ámbito de la
sociedad industrial. Orwell veía el mundo tiranizado por los dogmas y
esclavizado por la técnica; Pohl y Kornbluth soñaron el universo
gobernado por la publicidad; Philip K. Dick adivinó que la vida sería
manipulada por la ingeniería genética; Bradbury vio llegar las
expediciones humanas a profanar los templos y las ciudades sagradas de
Marte, exactamente como lo habían hecho Breno en Delfos y Hernán Cortés
en México; otros soñaron, como Ballard, un mundo completamente
urbanizado; otros, infinitos proletariados hambrientos procesando en
alimentos la materia mineral de un planeta ya sin plantas, contaminado y
letal, mientras poderosas oligocracias vivían la perfección de la vida
en ciudades campestres bajo grandes burbujas de aire puro”. Y hay mucho
más de similar jaez en la ensayística de William Ospina.
Ahora, mencionemos lo atinente a la ensayística científica hispana,
fuente valiosa de ideas de factura bioética en no pocas ocasiones. Si
bien el ensayo científico no está consolidado del todo en el mundo
hispano, contamos con varios autores claves en el sentido que nos ocupa.
Como reza el refrán, poco, pero bueno. Entre éstos, Marcelino
Cereijido, investigador argentino-mexicano; Joaquín Antonio Uribe,
naturalista colombiano; Luis Miravitlles, José Manuel Sánchez Ron y
Jorge Wagensberg, españoles. En particular, el caso de Miravitlles es
llamativo por ser una figura notable en la buena divulgación de la
ciencia en lengua castellana en la década de 1960. Ahora bien, estimo
que la figura por antonomasia del ensayo científico hispano es don
Santiago Felipe Ramón y Cajal. De éste, resaltemos aquí una obra
primorosa: Los tónicos de la voluntad: Reglas y consejos sobre
investigación científica. Acerca de su mensaje ético científico, me he
ocupado de ello en otro lugar.
Amén de los conspicuos ejemplos
previos, sobre ensayos pergeñados por hispanos de nacimiento, conviene
no pasar por alto lo aportado por autores nacidos en culturas bien
distintas a la nuestra y radicados por largo tiempo en tierras
hispanoamericanas. Acaso el ejemplo más relevante a este respecto es el
de Iván Illich, el teólogo y filósofo austriaco que ha pasado a que se
le considere como el crítico más lúcido de la sociedad industrial, cuyas
obras valen todo un Potosí como material de investigación-acción por
antonomasia: La convivencialidad, La sociedad desescolarizada, Energía y
equidad, Némesis médica, El género vernáculo, seguidas de un largo
etcétera. Es llamativo este caso, habida cuenta de la contemporaneidad
de Illich con Van Rensselaer Potter. Incluso, los análisis de Illich
llegaron al punto de cuestionar la amoralidad propia de la bioética
hacia la segunda mitad de la década de 1980, dada la distorsión
introducida por el capitalismo postmoderno, tornándola en una ideología
de tres al cuarto, justo por la época en la que el mismo Potter plasmó
su crítica en el mismo sentido en su libro de 1988: Global Bioethics.
Aparte del caso de Illich, merece la pena que destaquemos aquí a
Heinz Dieterich Steffan, sociólogo y economista alemán-mexicano, cuyo
diagnóstico de la crisis de los intelectuales y las ciencias sociales es
pertinente en extremo a la hora de abordar el panorama de la bioética
global en Latinoamérica al tomar en cuenta la realidad crítica de
nuestras universidades. En otras palabras, una condición indispensable a
fin de comprender las implicaciones de la bioética para nuestros países
debe pasar por el análisis de la precaria cultura científica del mundo
hispano y la índole esquizoide de nuestras universidades, lo cual
implica conocer a fondo la crisis o traición de los intelectuales y las
ciencias sociales.
Por su hondo conocimiento de la realidad
latinoamericana, pese a vivir en los Estados Unidos y no ser
latinoamericano de nacimiento, Abraham Noam Chomsky, considerado el
principal intelectual del planeta, se constituye en un buen ejemplo de
producción ensayística impregnada de una fuerte dimensión ética ante su
crítica constante del modo de producción capitalista y su atropello del
ambiente y de la dignidad humana. Mucho ha publicado Chomsky en esta
óptica, pero destaquemos como una buena muestra al respecto su libro de
ensayos que lleva por título La conquista continúa: 500 años de
genocidio imperialista, cuya primera edición vio la luz justo en el año
1992.
Para concluir, dejemos claro que la producción
ensayística hispana ligada con la bioética de una forma u otra no ha
sido un fruto promovido por la institución universitaria las más de las
veces. En general, tal institución en Latinoamérica poco ha fomentado la
libertad de pensamiento a lo largo de su historia, cuestión
establecida, entre otros, por el mencionado Cayetano Betancur en tiempos
pasados. En la actualidad, autores como Marcelino Cereijido, Mario
Bunge, Guillermo Jaim Etcheverry, Heinz Dieterich, Jorge Wagensberg,
Carlos Elías y Roberto Follari, entre otros, nos ofrecen el cuadro
lamentable de nuestras universidades hispanas, más bien antinómico
frente a lo que debe ser una universidad de semblante biocéntrico
estricto. De esta forma, sólo si la universidad hispana pasa por una
reforma propiamente dicha, no las contrarreformas actuales de impronta
neoliberal, podrá la misma dar el paso crucial hacia una institución
imbricada con la preservación de la biosfera y la dignidad humana. Esto
es, una universidad de corte biocéntrico en sí. Y, para llevar a cabo
esto, la consideración del legado ético contenido en la ensayística
hispana en todos nuestros países nos evitará repetir errores del pasado.
Referencias
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Saraiva, T. (eds.). Imágenes de la ciencia en la España contemporánea
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Miravitlles, L. (1970). Visado para el futuro. Barcelona: Salvat.
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Sastre, A. (2005). La batalla de los intelectuales o nuevo discurso de las armas y las letras. Buenos Aires: CLACSO.
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Skirius, J. (compilador). (2004). El ensayo hispanoamericano del siglo XX. México: Fondo de Cultura Económica.
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