viernes, 29 de octubre de 2010

BIOÉTICA

IDEAS BIOÉTICAS EN LA ENSAYÍSTICA HISPANOAMERICANA
Fuente: Bioetica y Debate
Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia

La cultura literaria hispana ha sido prolífica en el caso del género del ensayo. En algunas regiones más que en otras, pero, en todo caso, hay una producción conspicua a este respecto. Cosa curiosa, los propios hispanos no somos muy conscientes de esto, incluso dentro del ámbito académico, por lo que han solido ser intelectuales e investigadores de otras culturas quienes han tenido que decirnos lo que de valía hay en nuestra historia literaria. Para el caso, John Skirius, estadounidense, entre otros, ha investigado lo que es el ensayo hispanoamericano del siglo XX y, por supuesto, ha encontrado muchas gemas preciosas. Y conviene que no perdamos de vista estas gemas, estos silmarils, puesto que ahí figuran no pocos ensayos con una temática de semblante bioético patente, aun con anterioridad a las ideas seminales de Van Rensselaer Potter en la década de 1960. En otras palabras, encontramos pensadores y escritores hispanos que se ocuparon de problemas tales como la deforestación, la desertificación, la erosión, el agotamiento de las fuentes de agua, la contaminación, la desaparición de especies animales y vegetales, y así por el estilo. Pero, por desgracia, no fue raro el hecho que sus voces no tuvieran escucha. Más todavía, no faltaron los episodios de persecución, lo cual significa que de nada le ha servido al mundo hispano contar con la reflexión de guías al haber decidido no pensar. Esto es irónico en extremo, habida cuenta que nuestros pensadores advirtieron a tiempo todas las calamidades actuales. Pero, el mundo hispano siempre ha sido tierra de exilios, no una tierra de avanzada científica y ética stricto sensu.

De otro lado, hacia los últimos años, han visto la luz obras lúcidas que tratan de lo bueno, lo malo y lo feo de la cultura académica hispana. Entre los autores correspondientes, señalemos a Marcelino Cereijido y Heinz Dieterich, desde México; a Guillermo Jaim Etcheverry y Roberto Follari, desde Argentina; a Mario Bunge, desde Canadá; y a Jorge Wagensberg y Carlos Elías, desde España. Señalemos que es un tipo de literatura que hacía bastante falta entre nosotros los hispanos, puesto que estaba faltando una luz en medio de la oscuridad respectiva. Como quiera que sea, es un tipo de literatura que sirve para que la academia hispanoamericana se cure de su tonto narcisismo. En fin, considero que cabe resumir lo esencial de las tesis de estos autores como sigue: (1) los hispanos carecemos de ciencia y, si la tuviésemos, no sabríamos qué hacer con ella, pues, no vamos más allá de un feudalismo de alta tecnología; (2) por tanto, nuestros países son países con investigación, pero sin ciencia; además, (3) los universitarios hispanos son esquizoides, su falta de sintonía con la realidad salta a la vista. Esto quiere decir que, al no comprender a cabalidad la cultura de la ciencia, los países hispanoparlantes adolecen de un hándicap para entender con propiedad el universo e implicaciones de la bioética global. Para colmo de males, estos países no han consolidado una tradición filosófica propia, cuestión advertida, cuando menos, desde los días de José Ortega y Gasset. Y, sin tradición filosófica propia, estos países nuestros no irán más allá de una mixtura entre la bioética anglosajona y la de Europa continental en el mejor de los casos.

Sin más ambages, pasemos a varios ejemplos representativos de pensamiento de factura bioética en la ensayística hispanoamericana. Para ello, comencemos con la compilación de John Skirius. Eso sí, conviene ir con cuidado, puesto que no faltan los ensayistas que se han prestado a hacerle el juego al capitalismo neoliberal, depredador del ambiente y aniquilador de la dignidad humana como el que más. Acerca de los intelectuales hispanoamericanos así postrados, Heinz Dieterich y Alfonso Sastre nos advierten con la debida propiedad.

Comencemos con Ezequiel Martínez Estrada, argentino. En Patología de la cultura, ensayo de 1971, está este fragmento relevante para lo que aquí nos ocupa: “Entre las causas influyentes en esa forma nihilista o deshumanizada que la cultura ha sufrido, cuéntase el poderío del Estado en las naciones de alto desarrollo tecnológico. Lo admiten Nietzsche, Spengler, Freud, Toynbee, Spranger y Malinowski. Ese poderío, llámesele capitalismo o taylorización de las actividades humanas, va progresivamente cancelando los valores humanísticos y sometiéndolos a servidumbre de intereses económicos. La nueva esclavitud del hombre de las grandes metrópolis se realiza por su inteligencia y sensibilidad, y en este sentido el “primitivo” es todavía un espécimen sin enajenar a las obligaciones que impone la sociedad-termitera de las naciones superdesarrolladas”. Como se ve, es una crítica contundente a la sociedad industrial y su proverbial deshumanización, que nos recuerda los análisis lúcidos de Iván Illich por la misma época.

Un segundo ejemplo lo tenemos en el colombiano Germán Arciniegas. En su ensayo titulado El automóvil, de 1931, aparece este fragmento clave: “No ha aparecido nada en el mundo que haya quebrantado de tal suerte la moral: la moral de los de arriba, y la moral de los de en medio. La juventud se tiró al fondo del motorismo, como las mujeres que se pierden. En todo el mundo, en todas las latitudes. En los Estados Unidos el caso fue y es terrible. Los gangs, los contrabandistas, los burladores de la ley, Al Capone, Diamond, todos van pasando en sus automóviles. El automóvil ha sido el vehículo insuperable para burlarse de la ley, para asaltar los bancos, para robarse los niños ricos, para huir, para asaltar, para atrincherarse. Cuando apareció el cinematógrafo todo el mundo pensó: ahora sí van a perfeccionarse los rateros. Pero el cinematógrafo no alcanzó a crear una entidad nueva en el derecho penal. El automóvil ya la ha creado. El cinematógrafo ha sido una gran escuela del crimen, pero a través del automóvil”. ¿Qué hubiera dicho Arciniegas a propósito de las novísimas tecnologías de la información y la comunicación de hoy día, amén de los nuevos medios de transporte? ¿Y qué del impacto del automóvil sobre el cambio climático actual? Lástima que el buen viejo haya fallecido.

Sigamos con el venezolano Arturo Uslar Pietri. En El progreso suicida, de 1971, fustiga como sigue: “Podemos llegar a ser poderosos y altamente productivos pero hasta ahora lo ha sido al precio de una desconsiderada y pavorosa destrucción de las condiciones ambientales que han hecho la vida posible. (…) Es como si nuestro progreso se hiciera al precio de la destrucción de la naturaleza y del ambiente, que es lo mismo que decir la autodestrucción del hombre”. En fin, parecen palabras escritas para el momento actual, si bien Uslar Pietri, paradójicamente, figura en la enumeración reciente de Dieterich de intelectuales latinoamericanos alineados con el capitalismo postmoderno.

Un cuarto ejemplo lo da el argentino Enrique Anderson Imbert. En Tecnología y democracia, de 1972, aparece este fragmento llamativo: “Sólo la conciencia política puede indicar cómo controlar la ciencia y la técnica. O, dicho de otro modo, quienes las controlen deberán ser políticos con conciencia. La tecnología no es autónoma: depende de la sociedad en su conjunto. Hay que examinarla y corregirla a la luz de los valores, y cuando se piensa en el bienestar social el valor supremo es la justicia. No se trata de que expertos y administradores se arroguen la capacidad de adquirir y analizar la información técnica necesaria para tomar decisiones eficaces; el pueblo también tiene derecho a participar de ese conocimiento, intervenir en la discusión de las soluciones propuestas y gobernar”. Como podemos apreciar, estas palabras están muy por delante de nuestro tiempo.

Cabe encontrar más ejemplos en este sentido en la recopilación de Skirius. En este orden de ideas, pasemos ahora a la selección hecha por Jaime Jaramillo a propósito del ensayo en Antioquia, Colombia. En primera instancia, señalemos un ensayo de Luis Guillermo Echeverri Abad, anterior a 1963, año de su muerte: El éxodo campesino, en el que trasluce la crítica al esquema de industrialización de las urbes colombianas sin parar mientes en el bienestar de los campesinos. En segundo lugar, Cayetano Betancur Campuzano, cuyo ensayo La universidad y la responsabilidad intelectual, de 1955, ofrece una crítica a la tecnocracia que no ha perdido su vigencia, crítica en la cual cabe reconocer la influencia ejercida por José Ortega y Gasset en el pensamiento de Cayetano. Luego, tenemos a Antonio Panesso Robledo con su ensayo intitulado Pornografía: un lío insoluble, en el cual procura poner los puntos sobre las íes en relación con el significado preciso del vocablo “pornografía” y sus connotaciones morales. En relación con las características de la técnica actual, Alfonso García Isaza brinda su ensayo de título La velocidad, signo del presente, de 1970, de un tono que nos recuerda las obras de Iván Illich asentadas sobre su concepto de convivencialidad.

Sigamos. De Jorge Yarce, contamos con su análisis de la crisis de la democracia liberal en La sociedad permisiva, mientras que Jorge Orlando Melo analiza las posibles tendencias de evolución de la sociedad colombiana en Las perspectivas de cambio futuro en Colombia: mucho más de lo mismo, algunas cosas nuevas, ensayo de 1990. Por lo demás, aunque Jaime Jaramillo incluye a Fernando González en su selección, es curioso que no haya elegido algún ensayo suyo de semblante ético, como sí es el caso con la reedición de los ejemplares de la revista Antioquia, fundada por González décadas antes del surgimiento de la bioética moderna, reedición llevada a cabo por la Universidad de Antioquia. Así mismo, llama la atención que la selección de Jaramillo no haya incorporado alguna muestra de Estanislao Zuleta y William Ospina, a quienes cabe considerar como hijo y nieto espirituales de Fernando González. En esta óptica bioética, tanto Zuleta como Ospina nos proporcionan muestras a granel en sus artículos y libros. En el caso de Ospina, mencionemos dos de sus libros de ensayos: América mestiza: El país del futuro y Los nuevos centros de la esfera. Es propio de Ospina incluir entre sus temas de reflexión la problemática inherente a las consecuencias del uso irresponsable de la tecnociencia en el mundo actual. Vaya este fragmento a guisa de muestra: “El proceso de la Revolución Tecnológica había generado desde comienzos de siglo –el siglo XX- una extraña literatura, la ciencia ficción, que por un momento pareció ser el despertar de las fantasías optimistas que engendraban en la mente humana las maravillas de la técnica y las bondades de la industria, pero que, rápidamente, se convirtió en un alarmado laberinto de fantasías terribles sobre lo que producirían la ciencia y la técnica utilizadas por la política en el ámbito de la sociedad industrial. Orwell veía el mundo tiranizado por los dogmas y esclavizado por la técnica; Pohl y Kornbluth soñaron el universo gobernado por la publicidad; Philip K. Dick adivinó que la vida sería manipulada por la ingeniería genética; Bradbury vio llegar las expediciones humanas a profanar los templos y las ciudades sagradas de Marte, exactamente como lo habían hecho Breno en Delfos y Hernán Cortés en México; otros soñaron, como Ballard, un mundo completamente urbanizado; otros, infinitos proletariados hambrientos procesando en alimentos la materia mineral de un planeta ya sin plantas, contaminado y letal, mientras poderosas oligocracias vivían la perfección de la vida en ciudades campestres bajo grandes burbujas de aire puro”. Y hay mucho más de similar jaez en la ensayística de William Ospina.

Ahora, mencionemos lo atinente a la ensayística científica hispana, fuente valiosa de ideas de factura bioética en no pocas ocasiones. Si bien el ensayo científico no está consolidado del todo en el mundo hispano, contamos con varios autores claves en el sentido que nos ocupa. Como reza el refrán, poco, pero bueno. Entre éstos, Marcelino Cereijido, investigador argentino-mexicano; Joaquín Antonio Uribe, naturalista colombiano; Luis Miravitlles, José Manuel Sánchez Ron y Jorge Wagensberg, españoles. En particular, el caso de Miravitlles es llamativo por ser una figura notable en la buena divulgación de la ciencia en lengua castellana en la década de 1960. Ahora bien, estimo que la figura por antonomasia del ensayo científico hispano es don Santiago Felipe Ramón y Cajal. De éste, resaltemos aquí una obra primorosa: Los tónicos de la voluntad: Reglas y consejos sobre investigación científica. Acerca de su mensaje ético científico, me he ocupado de ello en otro lugar.

Amén de los conspicuos ejemplos previos, sobre ensayos pergeñados por hispanos de nacimiento, conviene no pasar por alto lo aportado por autores nacidos en culturas bien distintas a la nuestra y radicados por largo tiempo en tierras hispanoamericanas. Acaso el ejemplo más relevante a este respecto es el de Iván Illich, el teólogo y filósofo austriaco que ha pasado a que se le considere como el crítico más lúcido de la sociedad industrial, cuyas obras valen todo un Potosí como material de investigación-acción por antonomasia: La convivencialidad, La sociedad desescolarizada, Energía y equidad, Némesis médica, El género vernáculo, seguidas de un largo etcétera. Es llamativo este caso, habida cuenta de la contemporaneidad de Illich con Van Rensselaer Potter. Incluso, los análisis de Illich llegaron al punto de cuestionar la amoralidad propia de la bioética hacia la segunda mitad de la década de 1980, dada la distorsión introducida por el capitalismo postmoderno, tornándola en una ideología de tres al cuarto, justo por la época en la que el mismo Potter plasmó su crítica en el mismo sentido en su libro de 1988: Global Bioethics.

Aparte del caso de Illich, merece la pena que destaquemos aquí a Heinz Dieterich Steffan, sociólogo y economista alemán-mexicano, cuyo diagnóstico de la crisis de los intelectuales y las ciencias sociales es pertinente en extremo a la hora de abordar el panorama de la bioética global en Latinoamérica al tomar en cuenta la realidad crítica de nuestras universidades. En otras palabras, una condición indispensable a fin de comprender las implicaciones de la bioética para nuestros países debe pasar por el análisis de la precaria cultura científica del mundo hispano y la índole esquizoide de nuestras universidades, lo cual implica conocer a fondo la crisis o traición de los intelectuales y las ciencias sociales.

Por su hondo conocimiento de la realidad latinoamericana, pese a vivir en los Estados Unidos y no ser latinoamericano de nacimiento, Abraham Noam Chomsky, considerado el principal intelectual del planeta, se constituye en un buen ejemplo de producción ensayística impregnada de una fuerte dimensión ética ante su crítica constante del modo de producción capitalista y su atropello del ambiente y de la dignidad humana. Mucho ha publicado Chomsky en esta óptica, pero destaquemos como una buena muestra al respecto su libro de ensayos que lleva por título La conquista continúa: 500 años de genocidio imperialista, cuya primera edición vio la luz justo en el año 1992.

Para concluir, dejemos claro que la producción ensayística hispana ligada con la bioética de una forma u otra no ha sido un fruto promovido por la institución universitaria las más de las veces. En general, tal institución en Latinoamérica poco ha fomentado la libertad de pensamiento a lo largo de su historia, cuestión establecida, entre otros, por el mencionado Cayetano Betancur en tiempos pasados. En la actualidad, autores como Marcelino Cereijido, Mario Bunge, Guillermo Jaim Etcheverry, Heinz Dieterich, Jorge Wagensberg, Carlos Elías y Roberto Follari, entre otros, nos ofrecen el cuadro lamentable de nuestras universidades hispanas, más bien antinómico frente a lo que debe ser una universidad de semblante biocéntrico estricto. De esta forma, sólo si la universidad hispana pasa por una reforma propiamente dicha, no las contrarreformas actuales de impronta neoliberal, podrá la misma dar el paso crucial hacia una institución imbricada con la preservación de la biosfera y la dignidad humana. Esto es, una universidad de corte biocéntrico en sí. Y, para llevar a cabo esto, la consideración del legado ético contenido en la ensayística hispana en todos nuestros países nos evitará repetir errores del pasado.
Referencias

Barona, J. L. (1999). Imágenes del exilio científico. En Lafuente, A. y Saraiva, T. (eds.). Imágenes de la ciencia en la España contemporánea (pp. 89-99). Madrid: Fundación Arte y Tecnología y Fundación Telefónica.

Chomsky, N. (2007). La conquista continúa: 500 años de genocidio imperialista. La Plata: Terramar.

Dieterich, H. (2005). Crisis en las ciencias sociales. Madrid: Popular.

Follari, R.A. (2008). La selva académica: Los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad. Santa Fe: Homo Sapiens.

González, F. (1997). Antioquia. Medellín: Universidad de Antioquia.

Illich, I. (2006). Obras reunidas I. México: Fondo de Cultura Económica.

Illich, I. (2008). Obras reunidas II. México: Fondo de Cultura Económica.

Jaramillo E., J. (compilador). (2003). El ensayo en Antioquia. Medellín: Biblioteca Pública Piloto, Alcaldía de Medellín, Concejo de Medellín.

Miravitlles, L. (1970). Visado para el futuro. Barcelona: Salvat.

Ospina, W. (2005). Los nuevos centros de la esfera. Bogotá: Punto de lectura.

Ospina, W. (2006). América mestiza: El país del futuro. Bogotá: Punto de lectura.

Potter, V.R. (1988). Global Bioethics: Building on the Leopold Legacy. East Lansing: Michigan State University Press.

Sastre, A. (2005). La batalla de los intelectuales o nuevo discurso de las armas y las letras. Buenos Aires: CLACSO.

Sierra C., C. E. J. (2007). Lectura de Cajal y su estela en clave bioética. Elementos, 66, 5-13.

Skirius, J. (compilador). (2004). El ensayo hispanoamericano del siglo XX. México: Fondo de Cultura Económica.

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